domingo, 11 de diciembre de 2011

TODO@S CON LA RADIO


Recuerdo cuando era un niño, hace un par de siglos, la voz de mi madre llamándome despacito, dándome unos golpecitos suaves en el hombro para levantarme temprano. Después de asearme y ponerme el uniforme del colegio, me sentaba presto ante el olor a café que impregnaba la cocina, ese aroma que se mezclaba con el burbujeo de la leche en el cazo, dispuesta para echar las dos generosas cucharadas de cola-cao y el crujiente de un buen puñado de galletas. Debatíamos los mismos temas del diario, llevar todos los libros, punta en el lapicero, bien peinado y perfumado, cuidar los modos, atender al profesor y no pelear en el recreo.
Pero siempre había en el ambiente algo a lo que no hacía caso pero ahí estaba, que sólo escuchaba cuando daba las ocho en punto, la hora de salir corriendo, trastabillado con todo lo que se me pusiera al paso y saltando los escalones de tres en tres hasta llegar a la calle.
Cada día de la semana esa era mi rutina, esa y la de mi madre gritando tras de mí porque dejaba el bocadillo sobre la mesa en mi alocada salida, aprovechando para adecentarme de nuevo con rapidez y apretar su boca contra mi mejilla. Pero siempre escuchaba las ocho, las ocho en punto en la radio apostada sobre el frigorífico.
Mi madre atendía sus quehaceres con la cabeza ligeramente ladeada, la postura ideal para seguir escuchando alguna noticia interesante que pudiera afectar al transcurrir de la jornada.  ¿Qué hubiera sido de nuestras vidas sin tener una radio a mano? Cuantas horas en silencio de esos hombres y mujeres robadas por la música, por los consejos de cosmética, prendas de lencería fina en los grandes almacenes de moda, novelas interminables con pañuelos húmedos o noticiarios deportivos.
Transcurridos unos lustros me encuentro con la inaceptable imposición de ver como osan vetar a los profesionales de un aparato técnica y prácticamente indispensable en los hogares de muchos ciudadanos, de profesionales que cuidan de nosotros y no tienen la posibilidad de ver el televisor por muy diferentes motivos. Gente a la que un partido de fútbol en su transistor le aporta más que visualizarlo, bien por costumbre, placer o necesidad. Sin tener en cuenta a las personas con minusvalía visual, que necesitan un aparato de radio que les acompañe en sus momentos de ocio y se les está negando tal cosa.
¿Qué tenemos que hacer para luchar contra está inoperancia? Los locutores maniatados para ejercer su trabajo, los radioyentes sordos de noticias afines a sus intereses, los profesionales que cuidan de nosotros en hospitales, al volante de taxis, ambulancias o incluso a las fuerzas del orden, sin nada que les distraiga un poco en momentos de descanso.  Pero bueno, ¿hasta donde vamos a aguantar este atropello a la libertad de opinión y de expresión?
Los abuelos recostados en un banco soleado se encuentran con una mano desnuda, mirando al horizonte de una aburrida tarde sin oír el ruidoso ajetreo en la celebración que hace variar el marcador de un partido interesante no entienden como, algo tan beneficioso para gastar el tiempo, cuesta tanto asimilar que les ha sido arrebatado por el capitalismo deportivo de los dirigentes de clubs enfrentados.
Si los responsables políticos no son capaces de solucionar un problema de este calado,  en el que se pone de manifiesto el favoritismo de las asociaciones deportivas con algunos medios audiovisuales, poniendo a cada cual en su sitio por el bien del contribuyente, entraremos en un grave dilema con respecto a temas de otra índole mucho más importantes.
Señor@s no podemos seguir con estas tropelías constantes de personas autoritarias, verdaderos dictadores que ponen en duda la libertad de los demás por sus propios intereses. Una imagen vale más que mil palabras pero no se olviden, una palabra también vale más que mil imágenes.
Juan Antonio Sánchez Campos
Diciembre 2011

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