EN EL
NOMBRE DE LA MADRE
Lo ético carece de
valor en estos momentos para una gran parte de la mayoría católica no por ser
menos importantes las circunstancias o el dueño del timón que la dirige
adecuado, sino por la absoluta falta de parcialidad en una doctrina debilitada
por la corrupción reinante. Eso al menos es lo que la sociedad visualiza en las
declaraciones de algunos miembros de la Iglesia atascados en el pasado,
increpando a la mujer del siglo XXI como no arraigada en el acto de procreación
y poco menos que malsana o delincuente por “usar”
el aborto como algo pecaminoso e indigno.
Pero ¿Quién es la
Iglesia para confeccionar proyectos de culpabilidad a las mujeres que
interrumpen el embarazo por derecho propio? La vida, como la muerte, son hechos
en los que nadie puede interferir y eso lo sabe muy bien la curia; no obstante
se permiten la ligereza de hablar de ellas con legitimidad propia, atacando a
la dignidad de aquellas a las que tan sólo les queda el recurso de abortar
–enfermedad congénita, violación, peligro para la madre-. No señores, la
libertad es el valor más sagrado y con la ley en la mano nadie tiene derecho a
cambiarla al situarse por encima de lo religioso; bien lo saben desde el
Vaticano y el nuevo Papa Francisco debe asentar las bases de una buena
negociación para no quedarse solo en el altar de las creencias añejas.
Recién llegado al trono
de la Iglesia, cuando el Sumo Pontífice no ha tenido aún tiempo de tomar
contacto con la realidad que se le presenta –corrupción en su banco, pederastia
protegida-, a algunos representantes de su doctrina en nuestro país les acoge
un afán de protagonismo insultante. Unas declaraciones que acentúan la brecha
que el católico intentaba sortear con la elección de un nuevo Papa y que hacen
saltar las luces de alarma de los menos creyentes; eso exactamente, es lo que
ha ocurrido con un cardenal español en nuestro país que ha tildado de
holocausto y excomunión matemática a las mujeres que lleven a cabo actuaciones
derivadas a consumar el aborto.
Craso error en estos
tiempos que corren de insatisfacción al que sin duda alguna, intentarán poner
remedio por sus propias cuentas. Cuando la Iglesia tenga su casa limpia, podrá
criticar –no en todo- la de su vecino, hasta entonces, mejor utilizar su poder
y sus riquezas en sacar a muchos de sus leales seguidores de la pobreza.
Juan
Antonio Sánchez Campos
30
Marzo 2013