Narrativa

EL VIAJE DE LA HOJA


Tras las montañas verdes que parecían mecerse con el viento, corría un pequeño reguero de agua estrecho, limpio, deforme y escondido. En sus escabrosas orillas y agolpados, había árboles de diferentes alturas con hojas de oro, sus troncos con dedos engarfiados buscaban un sol inexistente, un cielo de color azul imperceptible; sólo con sus ramas llegaban a atrapar alguna pequeña partícula de vida mientras tiritaban sus troncos robustos, desnudos de abrigo. Solos en aquél paisaje gris luchaban con todas sus fuerzas para no soltarse, acurrucados para poder pasar el relente al tiempo que se afanaban en frotarse para darse calor.
Apretaba el viento con desenfreno tal que consiguió desatar una hoja, la más dorada, la que se asía con todas sus fuerzas a las ramas del árbol más vetusto del paisaje. La brillante hoja notó como parte de su cuerpo se desgarraba y la hacía flotar en el aire lentamente, como si alguien cogiéndola fuerte de la mano intentará con dulzura posarla en algún lugar incierto.  Ni siquiera se dio cuenta cuando cayó al suelo, a una alfombra misteriosa y húmeda, un lugar desconocido que le causaba desconcierto, asaltándole un temor que la dejo temerosa y desorientada.
No pudo evitar un escalofrío repentino que la sumió en un vaivén agradable en el pálido verde de la hierba que empezaba a moverla suavemente, cada vez más fuerte, casi llegando a ahogarla sin remedio. Carente de fuerzas, desesperada por luchar, todo se movía por momentos a una rapidez descompasada,  con un ritmo brusco, primero hacía arriba y luego, mantenida en el aire bajaba su débil cuerpo arrebatando su ser, arañando su piel como si nunca fuera a terminar su desespero.
Aún seguía su desconcierto cuando de forma repentina advirtió que su cuerpo se helaba en las aguas del riachuelo. Recordó las veces que desde su lugar de privilegio vio a tantas otras bajar por la corriente desesperadas, angustiadas por el raudo caminar del tiempo y ella quiso envidiosa acompañarlas para ver más allá de lo que siempre había visto, para aprender todo aquello que no le habían enseñado y sabia de su existencia por el viento. Sentía como empezaba a empaparse, oía el lamento en las rocas, azotadas por el látigo helado del agua, tristes porque nadie las asistía en sus quejidos.
Había momentos en qué cuando el reguero brincaba chapoteando en la orilla, advertía una ligera sensación de ir más despacio, una sensación parecida a la de una mano tendida para sacarla del cauce que sólo quedaba en eso al pasar el recodo. Comenzó a sentir atracciones antes impensables, su cuerpo se henchía haciéndose a cada momento tan grande e irreconocible que la dejaba sin fuerzas, rendida y agotada del esfuerzo por mantenerse a flote.
Ya no había rocas que la frenasen ni manos tendidas a su paso, las orillas desaparecieron y dejaron un camino carente de límites que no oponía resistencia alguna en su alocado viaje.
El agua se veía por todas partes, ya no había árboles ni hierba y el reguero desapareció sin poder ni siquiera darse cuenta. En lo alto sin pestañear el sol, implacablemente fuerte único compañero en su camino en tan improvisada aventura. Todo alrededor de su insignificante cuerpo era majestuoso y sublime, todo era agua y al fondo la luna, aparecía envolviéndolo todo de un color que reflejaba un destello de luz donde antes estuvo su cuerpo. Cuando se quedo dormida soñó con un largo camino a casa para volver con su amigo árbol, al que veía tan claro en su sueño que noto las lágrimas de sus ramas añorando su regreso.

Juan Antonio Sánchez Campos




La poesía es vida en un solo verso

El género literario lírico y poético se encuentra inmerso en el túnel oscuro y silencioso del desconocimiento por parte de un gran número de gente que con asiduidad, se sumergen en el maravilloso placer de la lectura.  Salvando los grandes nombres de la historia de la poesía como Federico García Lorca, Antonio Machado, Juan R. Jiménez y muchos otros de gran renombre universal, que han llevado sus obras a las primeras filas del éxito teatral o cinematográfico, el vacío generado en la comprensión de los poetas se ha hecho tan grande que, a pesar de los esfuerzos de muchos autores contemporáneos, no se ha sabido promocionar entre la sociedad que nos rodea.
Las Universidades, centros docentes e instituciones, verdaderas inspiradoras del sentir del estudiante para con las obras y los autores de la historia literaria, han acotado el espacio reservado en sus temarios a autores ya previstos de antemano, sin variar en contenidos ni diseños; el vocabulario, rico en palabras de novedosa incorporación, ha hecho que los escritores sean aún más privilegiados de poder usar un número mayor de probabilidades para insertar en su pluma. La literatura, al igual que el resto de conceptos sociales, cambia con los tiempos, se adapta a las nuevas costumbres  y ello trae consigo fórmulas de canalizar la expresividad de sus textos, métricas revolucionarias del léxico que hace apenas tres décadas serian impensables.
La expresividad de las formas en los distintos estilos de redacción a la hora de describir un momento, es tan versátil que sin una lectura detallada, no veríamos fundamentos básicos para comprender el sentir del autor a la hora de escribirlo. Por eso la poesía podríamos decir que puede llega a ser un “estilo anárquico” del escritor en relación a su obra, un comportamiento minuciosamente pensado para decir lo que en cada verso es apropiado; sin tener en cuenta la “obviedad” del espacio reservado a cada estrofa saltándose las reglas de la estética.
Nada se hace por si sólo, el poeta exhibe un conocimiento amplio de sus intenciones para llevar a cabo su redacción correcta pero no uniforme. Las reglas del tan aprendido lenguaje (versos con rima tetrasílabo, octosílabo; versos sin rima, blancos, libres) surgen a menudo sin apercibirlo el autor; las estrofas (redondilla, romance) siguen un ritmo desigual en la forma, pero equilibrado en el fondo. El autor se vale de todas estas posibilidades para diseñar su verdadero sentido de la obra a escribir, lo escrito se queda tal cual  quiere mostrarlo, arriesgando la comprensión que ello pueda tener al lector que le ocupe. No por ese motivo debemos pensar, ni siquiera por un momento, que el poeta sea una especie de “kamikaze” que pretende dar siempre en el blanco con sus poemas, al contrario, podríamos comparar tal poema con un problema matemático de fácil solución, tan simple que leyéndolo una vez demos con la solución inscrita entre sus versos y estrofas; al fin y al cabo, el poeta es transparente, sutil, eufórico o melancólico como tirano, ruin y rebelde en ocasiones.
La empatía que puede llegar a causar un poema es realmente loable, se sale de lo común de la literatura  por la simple descripción de sus detalles, por su lenguaje de ricos matices y su amplio abanico de posibilidades. La poesía refleja el sentir del autor, al que desnuda su interior para enseñar la verdadera razón de su obra, las intenciones de odiar o ser odiado, de amar sin ser correspondido y de herir con la daga de sus versos.
Sin duda alguna, la poesía es el género más dañado de la actualidad, al que debemos cuidar para no ser relegado al ostracismo literario; autores con una jerarquía tal, que pasarán años e incluso siglos han pasado, y seguirán siendo utilizados por los mejores docentes del mundo para enseñar a los alumnos la historia de las letras; deben de estar acompañados por aquellos que surten las librerías de nuestro país con ejemplos de creatividad tan grandes como sus estrofas reflejan.
La cultura de las letras en España, tan envidiada durante lustros, debe y tiene la obligación de dar la oportunidad a la gente para conocer nuevas formas de escritura, de nuevos autores desconocidos entre los adeptos a la lectura que, sin ser asiduos de la poesía, les baste echar un vistazo al libro para comprender la existencia de un escritor diferente.
Juan Antonio Sánchez Campos




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