En plena alarma sanitaria con una
pandemia que se está llevando por delante miles de vidas las Cámaras
representativas del pueblo soberano discrepan sobre argumentos irrisorios que
nada de beneficio atraen en la lucha por acabar con esta amenaza.
Sufrimos una visible desafección de
la política en nuestro país, partidos que idealizan contenidos inservibles con
la única intención de devaluar al contrario; un acto de evidente torpeza ante
una ciudadanía que ve con escepticismo las verborreas escurrirse por los
escaños. Y es que no se quieren dar cuenta de que la sociedad tiene miedo, el
contagio es un hecho manifiesto en cualquier lugar y esa es la única
preocupación que les solivianta. La política esta quedando retratada con la
inesperada aparición de una enfermedad sin previo aviso para anticiparnos en
las medidas necesarias con las que protegernos de su contagio, pero, como
imprevista que esta ha sido lo que queda es solucionarla. La firmeza del pueblo
ha quedado sobradamente reconocida a nivel mundial, pero en la misma fotografía
se ven en blanco y negro los que tratan de sacar provecho de los errores de
otros en lucro propio y esos, sin ningún género de dudas, trataremos como se
merecen cuando el tiempo nos deje y procuraremos no fallar de nuevo en la
elección de los que difaman a la oposición refiriéndose a ellos como asesinos
siendo estos los que fabrican la dinamita macerándola entre los dientes para hacerla
más venenosa.
Micrófonos que se pliegan o descubren
en las butacas para lanzar soeces improperios de patios de colegio,
inaceptables artimañas unidas que se asemejan a ladinos mensajes y
confrontación hasta en individuos de la política que ya tuvieron su baño de
masas y ahora, desde unos entes estratégicos que se lucran de algún modo del dinero
que sale de los bolsillos de la mayoría, intervienen con la malsana fe de
dinamitar posibles pactos de entendimiento.
Y es que tenemos la derecha más
malsonante de la democracia, una parte de ella la conservadora, intentando no
salirse de la ruta de una intrépida ideología entre lo que realmente interesa a
su partido o no dejar cancha libre a la extrema derecha que mancilla el
diccionario y cita demasiadas veces refranes inapropiados. Pero es esa otra
derecha, la que maneja sus hilos desde la sombra, la que podríamos señalar como
ultra derecha, la que debería estar callada en unos tiempos que no la
entienden; un personaje que fue presidente del Gobierno y que con un buen
salario de por vida a su cuenta corriente, junto al de la que también de
presuntas malas artes obtuvo lo suyo los que tendrían que estar alejados de la
polémica y metidos en su yacusi dedicados alanzarse pompas de jabón con aroma a
monedas de dólar.
Teníamos en nuestras manos un
crecimiento de la economía desde finales de 2016 hasta que llego la pandemia;
el mercado laboral comenzaba a liderar su lucha por erradicar los contrato
basura, teníamos la gran oportunidad de rellenar las polvorientas arcas de la
Seguridad Social con la afluencia de un mercado turístico excelente y todo se
vino al traste con la obligación adquirida para salvarnos de un contagioso virus.
Ahora, en lugar de intentar
reaccionar en los estrados, los políticos se envuelven en corazas ideológicas
para ver quién es el mejor en soltar la más ocurrente de las ofensas a la parte
contraria. Hasta la desfachatez de un dirigente independentista se vuelve
vinagre en sus constantes alusiones al Gobierno Central que les ignora, como no
podría ser de otra forma; presuntos ignorantes son los que cuando ven las cosas
mal no dudan en pedir socorro a las fuerzas armadas para ayudarles en su lucha
por la supervivencia. Poca grandeza demuestra el que deja de ser quién es por
temor a lo desconocido; claro que para que pase desapercibida su insidiosa
aptitud hacía sus representados desde que llego a gobernar la autonomía, siempre
quedará mejor si dice hacerlo por el bien de su nación.
Nada nos hace pensar que sin pactos
no hay solución posible en este episodio feroz de nuestra historia reciente.
Pactos que subsanen errores cometidos o tropiezos por cometer, pactos que sostengan
la esperanza de un pueblo que se siente traicionado por sus dirigentes, pactos
que remuevan el sentir de las instituciones europeas, pactos que ayuden a salir
lo mejor posible sin que nadie se quede en la cuneta de la exclusión, pactos
que generen empleo, que den recursos a la sanidad pública, que saquen de su
confinamiento a los más jóvenes para recuperar conocimiento y educación, pactos
que atraigan valores a un país que se desangra de pena por ver lo que está
ocurriendo, pactos que reinventen industrias como previsión para el aumento de
las energías renovables, pactos que recuperen pequeñas empresas y autónomos
como alternativa veraz de ser grandes
generadoras de empleo. Pactos en definitiva para comenzar a reaccionar ante la
recesión económica que se antoja puede ser dramática hasta mediados del año
próximo; sin obviar pactos con los que proteger lo más valioso de nuestro país,
la familia, hacedora de riqueza cuyo colectivo social, el pueblo soberano,
demuestra que el hartazgo de política insustancial tendrá su castigo.
Pero antes de acudir a esos pactos,
lavarse las manos con agua y jabón, algunas y algunos aprovechando también para
lavarse la boca, refrescarse la cara y limpiar la mente. A los pactos no se va
con partidismos, ideologías o especulaciones de sacar provecho propio, a los
pactos se acude para reaccionar a esta problemática que acucia y amenaza
nuestra sociedad. Las deslegitimaciones ocurrentes se quedan en casa a buen recaudo
porque esas de nada valen a los que esperamos con ansiedad y angustia que
España siga adelante por encima de esta voraz enfermedad que nos asola.
Sobradamente hemos comprobado que
el ERTE no es para políticos ni de Cámara Baja o Alta, son inmunes a las
recesiones apoltronados en sus escaños y sillones de despacho con olor a nuevo.
¿Pactos?, el pueblo no entiende de otra cuestión para salir de esta situación
dantesca en la que cada semana son más de cuatro mil personas las que dejan de
existir en las listas del INEM, las estadísticas de la Seguridad Social o del
Censo Electoral.
Ya no nos acordábamos siquiera de
que fue allá por 2017 cuando comenzó a evolucionar la economía, devaluada y
resentida azotó desmedida a una buena parte de la sociedad llevándose por
delante esperanzas de recuperación de una calidad de vida perdida y un Estado
del Bienestar del que nunca volvieron a saber nada.
Vamos que según se desprende ante
la falta de idoneidad financiera entre naciones de la Unión Europea y la
desfachatez política de nuestros representantes muchos ciudadanos y ciudadanas
coinciden en la misma pregunta ¿No sería mejor dejar caer el dinero y salvar
vidas para poder de nuevo replantear una economía duradera, sin desigualdades
sociales más allá de las evidentes diferencias salariales según merecimientos
en saber y conocimiento? ¿Es realmente imprescindible mantener la polémica de
las arcas llenas y la delgadez social prolongada y en cambio gastar lo que haga
falta para acabar con la amenaza de la pandemia? ¿Nunca ocurrió en el mundo que
la historia nos cuenta que es mejor comenzar vivo que no vivir siempre
amenazado?
Pactos, esa es la palabra mágica
que fija la esperanza del país en el que vivimos al igual que el de otras
muchas partes del mundo en las que el coronavirus arrasa con sus pobres
recursos y sus escasas cosechas técnicas. Europa se está quedando con poco margen
de reacción por falta de solidaridad entre sus miembros y peor aún, quedará
sometida a la influencia económica de los que antes de su creación
considerábamos enemigos del continente por la hegemonía de sus divisas.
Muchas horas de confinamiento dan para
reflexionar con cautela, posicionarnos sobre un aspecto real que sirva para
valorar lo que en ocasiones importantes decidimos. No ayuda demasiado la lluvia
que hemos tenido estos días por su indudable paisaje que induce a la añoranza,
pero vendrán tiempos mejores, pasaremos este episodio doloroso de nuestras
vidas y valoraremos que el ser humano es maravilloso cuando se le exige
colaborar por el bien de la mayoría. jasc 18/04/2020