miércoles, 15 de abril de 2020

Despedidas sin adiós


Dejándome llevar por la memoria sin querer obviar el paso del tiempo me vienen recuerdos de años pasados en los que nuestros mayores sacaron de la miseria a muchos de sus descendientes. Era la época de una recesión económica sufrida por millones de familias a las que el caos inmobiliario, el rescate a la banca y el desplome del mercado laboral devoró sin miramientos y sumió en una avalancha de peticiones para adquirir recursos con los que alimentar a sus congéneres.
Fueron miles de esos abuelos que hoy se marchan sin poder decirles adiós, con la única compañía de los que lucharon hasta el final por salvar sus vidas , los que vieron como ángeles vestidos de azul y blanco que después de expirar, acondicionaron sus pobres cuerpos, espectadores solidarios que esperaron hasta que  vinieran a recogerlos para depositarlos con respeto en un lugar de descanso eterno que no estaba preparado aun para recibirlos.
Malvado y fatídico virus que vino a traer el dolor a los habitantes de un mundo que se siente cansado, agotado de tanta infamia infringida en su aire, en su tierra y en mares o ríos de lágrimas echados a perder por una vida malsana.
Aquella generación de intrépidas e intrépidos abuelos venidos algunos de la vergonzosa guerra que mantuvimos entre hermanos, esos que lideraron el final de una dictadura, los mismos que dejaron poso para forjar la democracia en nuestro país se han marchado sin poder hacerles un pequeño homenaje o darles un abrazo de despedida con el que hacer su última travesía por el mundo de los vivos.
Habrá  ceremonias sentidas cuando todo esto pase, días de recogimiento en los lugares en los que descansen sus huesos pero el dolor quedará siempre, el sentimiento de pena por no haber podido hacer nada nos acompañará en muchas de las ocasiones en las que se celebren actos que recuerden a estos héroes por una enfermedad que no entendió de buenos o malos, de villanos o gente honrada, de ricos o pobres pero sí de dignidad, la que nos enseñaron cuando de pequeños y adolescentes preguntábamos en celebraciones familiares en las que contaban historias reales que parecían inventadas y que sin embargo ahora con el estupor de su pérdida, admitimos como la verdad más grande jamás oída.
Esto habrá un momento en que pase, saldremos temerosos del protectorado de nuestros hogares durante el tiempo de confinamiento para no ser contagiados y volveremos a sentir el aire en nuestros rostros o el calor de los rayos de sol sobre nuestras cabezas; nos iremos poco a poco acostumbrando a acercarnos unos a otros, a abrazarnos con reparos hasta llegar a besarnos; el mundo continuará existiendo pero será distinto, ya no estarán con nosotros los que la vida por nosotros dieron; se habrán marchado de una manera discreta, sin pedir nada, sin un grito suplicando vernos y al final, levantaron la mano para susurrar un último  os quiero.
Pero no estábamos allí para oírlo porque las normas de supervivencia nos lo dictaron, la tragedia se habrá multiplicado y una herida quedará abierta de por vida, nadie tendrá la culpa porque sería improcedente señalar a quién no sabremos fue culpable de un hecho tan pavoroso.
Solo la salud mental, la consciencia inocente y la memoria de los más pequeños  reportará beneficio a  los adultos, ellos serán el espejo en el que veremos con nitidez a los que se despidieron entre la bruma de una oscura pesadilla, un sueño del que nunca despertaremos, una verdad tan trágica y real como aquellos cuentos que nos contaron después de soplar las velas de un cumpleaños feliz. Abuelos de todo el mundo que nos hicisteis felices pidiendo de recompensa una ligera caricia o el leve esbozo de una sonrisa agradecida D.E.P.  jasc / Abril 2020

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