miércoles, 22 de abril de 2020

El cuento de “A cal y canto”


Érase una vez  existía un mundo moderno y civilizado, en un lugar de su extensa dimensión vivía el personaje de esta historia. Titular de un bar con las persianas cerradas desde que comenzó el Estado de Alarma al que indujo la propagación descontrolada de un virus inaccesible; la luz pagada cada día le salía más cara de lo normal en otras situaciones, el agua que no brotaba de los grifos al estar los pulsadores inactivos cobraba un valor inaceptable y la clave de internet llevaba sin funcionar hacía ya cerca de dos meses sin visos de reiniciar su sentido a corto plazo.

Nuestro personaje en cuestión derrochaba negatividad leyendo los periódicos, oyendo en el teléfono móvil la emisora preferida en la que las voces de los políticos le impulsaban a soltar improperios varios con los que relajar su  angustia; se indignaba con  el estado de una cuenta a través de una aplicación que e hizo efectiva la entidad bancaria y ya no le sorprendía nada, la cuota de autónomos, los recibos inherentes a la actividad que ahora está inactiva, los seguros del automóvil que lleva aparcado y cerrado unos días menos que el establecimiento, la renovación del seguro de hogar, la cuota de préstamo hipotecario de un piso del que ahora en este tiempo de reclusión obligada no le quedaba más remedio que disfrutar en cada rincón, cada plaqueta del baño o la cocina y los cinco metros de pasillo adelante y atrás en el que quemaba parte de las tabletas de chocolate que devoraba inconscientemente como consecuencia de una ansiedad irresistible.
La cerveza en los bidones, los refrescos en las cajas, las neveras repletas y el miedo al mañana era tan cercano que cerraba los ojos y veía las persianas plegadas; los empleados en sus hogares dando ánimo y suplicando paciencia expuestos a perder un empleo que ahora palian con el famoso ERTE que tanto bombo le ha dado el Gobierno pero el o la protagonista de este cuento real seguía temiendo por la falta de ingresos de manera constante, el no saber hasta cuando durarían sus ahorros para afrontar el pago de la hipoteca la dejaba sin aliento, hasta donde llegara el sentido común que ratificase la coherencia de un mañana mejor se le presentaba tremendo y crudamente oscuro y las lágrimas salían de muy adentro, rebotando en unas nerviosas manos y resbalando por entre unos labios que sabían a amargura al roce de una piel macilenta por la falta de sol que la hidratase lo suficiente.
Los poderes institucionales intentaron desde el principio de la historia convencer a la ciudadanía de la fortaleza de la sociedad de la cual nuestra heroína o héroe son parte integrante, especulando con la llegada de medidas transitorias que ayudasen a sofocar en algo el difícil momento que los autónomos tras el cerrojazo a sus negocios padecían y todo quedó en una moratoria de impuestos que les obligaba a pagar cuando las puertas del negocio abrieran y el sonido de la caja resonase en el establecimiento.
 No quisieron propagar una alarma susceptible de atraer zozobra a la pequeña o mediana empresa, el desconocimiento de como acabar con el problema de esa atroz pandemia resultó inasumible y desconcertante ante el hecho de  que la sociedad tardaría en llenar los locales y la recaudación iba a resultar insuficiente para afrontar los gastos, lo de la moratoria fue sencillamente el empujón definitivo para que muchas de esas persianas fuesen cerradas para siempre, los trabajadores y trabajadoras que dependían de esos negocios pasarón de ERTE a engrosar las listas del INEM y los bares eran lugares deshabitados con sus titulares formalizando la demanda de desempleo.
Pero a pesar de todo siguió aplaudiendo a las ocho como todas y todos sí, rabiosamente, como queriendo aplastar con las manos el aislamiento, deseando que todo esto acabe y volviese a recibir con agrado a los clientes, con las bromas de siempre, cambiar inquietudes, hablar de cosas cotidianas mientras atendía displicente el continuo transitar de mercancías con las que rellenar generosamente expositores y cámaras frigoríficas.
Suplicó a los cielos, se encomendó al tan desgastado optimismo confiando en que todo acabase lo más pronto posible porque si no viniese pronto la solución a tan descorazonador paisaje, las persianas del establecimiento acabarían cerradas para siempre al igual que los sueños e ilusiones que en sus entrañas dispuso con ánimo de salir a flote de aquella crisis vivida hace ya una docena de años.
Hay cuentos que siempre acaban felices por sus dosis de ficción, en la realidad palpable de una situación dramática tendremos que buscarle la moraleja para no acabar de malas formas; “la constancia es la dimensión más grande del ser humano”, persigue sin descanso un sueño porque hay ocasiones en las que sin sueños la vida sería inasumible.
Este es mi humilde homenaje a todas y todos los que resisten estoicamente, esas y esos personajes de esta historia que esperan la llegada  del momento que tanto ansían para volver de nuevo a un mundo que se paró de golpe, dispuestos para volver a arrancarlo con más fuerza, convencidos de habernos convertido en mejores personas y con una solidaridad a prueba de cualquier tipo de amenaza que se nos presente.  jasc

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