Puede que tengamos lo que nos
merecemos, absorbidos por las redes y con el impulso del no siempre eficiente
acto reflejo en lugar de la reflexión lo visceral ha terminado por colapsar la
reciprocidad entre lo verdadero y demostrado o lo ocurrente y preestablecido
con algún objetivo prioritario.
El respeto
a los demás para tratar de identificar lo que debemos o no creernos es fundamental
en democracia, la libertad de expresión u opinión descarta limitaciones a
nuestro escepticismo, candidez o ignorancia de los hechos, pero, por el
contrario, deja en el aire el resultado de calibrar con sentido común y
coherencia lo que tenemos o no que acatar en conciencia. La única verdad
resolutiva que existe de momento es la muerte, todo lo demás pueden ser
conclusiones afectas a circunstancias concretas que se extralimitan para envolvernos
en la dinámica de llegar a creernos lo que en realidad puede ser una simple
mentira.
No por ello debemos caer en la incertidumbre
de un futuro que no conocemos pero al que hay que esperar con optimismo,
alejándonos de radicalismos o interpretaciones variopintas con miradas puestas
en el deterioro de la ilusión; aspectos del ser humano actual atrapado en el
liderazgo de las redes sociales y convertido en uno más por el simple hecho de
apretar el botón de la interacción virtual, sin ver más allá de lo que se
muestra como espejo real cuando es un decorado construido con la idea de manipular
nuestros sentidos.
Lo que nos dicen los científicos e
investigadores en el estudio de la pandemia es a lo único que tendríamos que
asirnos para buscar una cierta verosimilitud entre la certeza absoluta y el optimismo
fugaz. Es decir, la confianza en estos profesionales es lo más cercano a la
verdad de lo que disponemos en la actualidad para reflotar nuestras vidas.
Cuestionar la verdad es una de las
libertades del pensamiento humano, las conclusiones que podemos llegar a sacar
tras reflexionar demuestran el sentido común o la incoherencia. De momentos
dramáticos se alimentan las malas noticias con capacidad para destronar la
verdad con un mero toque de sutileza en la realidad, la trampa de sobrecargar
nuestra mente mediante el uso de las redes sociales, creyendo a pies juntillas
todo lo que en ellas se plasma es el riesgo que corre como la pólvora en pro de
dimensionar el problema que se argumenta con intenciones nocivas.
Lo adecuado pasa por analizar la
situación dentro de unos parámetros análogos con cierta probabilidad de
asemejarse lo más posible a la tan deseada certeza; algo que solo nos pueden dar los
medios profesionales exentos de otra ideología que no sea la de la
investigación de los hechos; cualquier tipo de hipótesis lo único que
conseguirá será despertar la ansiedad de lo que nos espera en un futuro
cercano.
Ser disciplinado con las dosis de
expectación que las redes difunden es la manera idónea para tratar de pasar con
mejor calidad mental una circunstancia tan excepcional como la que estamos
viviendo.
Otorgar la consideración de
verdadero a algo o alguien sin el análisis reflexivo suficiente es ponernos en
serio peligro de caer en la ingenuidad. Jasc
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