viernes, 24 de abril de 2020

¿Me lo creo o lo descarto?


Puede que tengamos lo que nos merecemos, absorbidos por las redes y con el impulso del no siempre eficiente acto reflejo en lugar de la reflexión lo visceral ha terminado por colapsar la reciprocidad entre lo verdadero y demostrado o lo ocurrente y preestablecido con algún objetivo prioritario.
El respeto a los demás para tratar de identificar lo que debemos o no creernos es fundamental en democracia, la libertad de expresión u opinión descarta limitaciones a nuestro escepticismo, candidez o ignorancia de los hechos, pero, por el contrario, deja en el aire el resultado de calibrar con sentido común y coherencia lo que tenemos o no que acatar en conciencia. La única verdad resolutiva que existe de momento es la muerte, todo lo demás pueden ser conclusiones afectas a circunstancias concretas que se extralimitan para envolvernos en la dinámica de llegar a creernos lo que en realidad puede ser una simple mentira.
No por ello debemos caer en la incertidumbre de un futuro que no conocemos pero al que hay que esperar con optimismo, alejándonos de radicalismos o interpretaciones variopintas con miradas puestas en el deterioro de la ilusión; aspectos del ser humano actual atrapado en el liderazgo de las redes sociales y convertido en uno más por el simple hecho de apretar el botón de la interacción virtual, sin ver más allá de lo que se muestra como espejo real cuando es un decorado construido con la idea de manipular nuestros sentidos.
Lo que nos dicen los científicos e investigadores en el estudio de la pandemia es a lo único que tendríamos que asirnos para buscar una cierta verosimilitud entre la certeza absoluta y el optimismo fugaz. Es decir, la confianza en estos profesionales es lo más cercano a la verdad de lo que disponemos en la actualidad para reflotar nuestras vidas.
Cuestionar la verdad es una de las libertades del pensamiento humano, las conclusiones que podemos llegar a sacar tras reflexionar demuestran el sentido común o la incoherencia. De momentos dramáticos se alimentan las malas noticias con capacidad para destronar la verdad con un mero toque de sutileza en la realidad, la trampa de sobrecargar nuestra mente mediante el uso de las redes sociales, creyendo a pies juntillas todo lo que en ellas se plasma es el riesgo que corre como la pólvora en pro de dimensionar el problema que se argumenta con intenciones nocivas.
Lo adecuado pasa por analizar la situación dentro de unos parámetros análogos con cierta probabilidad de asemejarse lo más posible a la tan deseada  certeza; algo que solo nos pueden dar los medios profesionales exentos de otra ideología que no sea la de la investigación de los hechos; cualquier tipo de hipótesis lo único que conseguirá será despertar la ansiedad de lo que nos espera en un futuro cercano.
Ser disciplinado con las dosis de expectación que las redes difunden es la manera idónea para tratar de pasar con mejor calidad mental una circunstancia tan excepcional como la que estamos viviendo.
Otorgar la consideración de verdadero a algo o alguien sin el análisis reflexivo suficiente es ponernos en serio peligro de caer en la ingenuidad. Jasc

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