Es
cierto que necesitamos test, test y más test, pero mientras estos llegan, la
pandemia sigue golpeando a las clases sociales consideradas más débiles sin
descanso. Nuestro país se ha convertido en menos de dos meses de ser una nación
que iba progresivamente recuperándose económicamente del mazazo de la crisis de
2008, con unos ajustes y recortes sin parangón, a un país que se aleja del
progreso social repuntando seriamente en su pobreza.
Los
colegios quieren revertir la situación a pesar de que ya no reabrirá sus libros
haciendo un notable esfuerzo para equilibrar las aulas a un porcentaje de
alumnado y añadiendo las clases presenciales una mayor notoriedad del estudio
telemático. Dudas que generan incertidumbre entre la población más severamente
azotada por el desempleo y la conciliación familiar sin muestras de aparecer en
programas políticos, más interesados en volcarse a azuzar leña al miedo de la
población mediante las críticas al gobierno Central que en ir liderando normas
o leyes con fundamento de análisis colectivo en el Parlamento.
Si
existen miles de familias sin medios de subsistir alimentariamente, es muy
difícil que estas puedan garantizar un medio útil a sus hijos para estudiar con
ayuda de herramientas tecnológicas que no pueden pagar. Otra es la desigualdad
social en primera fila, de nuevo las penurias de los hogares en exclusión
social en riesgo y repitiendo con ello la polémica de intereses poco afables a
la hora de soluciones inmediatas.
La
formación por otra parte en el manejo de los aparatos de tecnología es
otro añadido a la implicación lectiva
del alumnado, no coinciden las circunstancias propicias para abordar un curso
mitad en aula y otra mitad en el dormitorio del alumno; además debemos tener en
cuenta que no todos los padres o tutores de estos tiene conocimiento suficiente
para ayudar con el manejo de las nuevas tecnologías si algún problema aparece
durante la clase, un motivo de irritabilidad, desespero y dejadez del alumno
que corre un serio peligro de apatía en sus deberes, de nuevo habrá mentes
privilegiadas que se quedarán por el camino, como lleva ocurriendo en este país
hace ya demasiado tiempo a causa de una desigualdad social recalcitrante.
Es
prudente y loable la preocupación del Gobierno en protegernos de la pandemia,
como lo es el compromiso social adquirido en el confinamiento, pero, no
obstante, no podemos seguir sujetando el virus desde la ventana, es lógico el
enfado de los pequeños empresarios y autónomos cuyos negocios llevan con la
persiana bajada más de dos meses. Este colectivo que engrana el motor del
mercado laboral tiene que verse engrasado con medidas objetivas y pragmáticas,
capaces de a la vez que mantienen las normas establecidas por los que lideran
las reglas estrictas de la sanidad y la ciencia, acompañar con ayudas al
entramado empresarial con atención a las reglas sanitarias más eficaces para
que la ciudadanía recupere la normalidad, pero no una nueva sino la que
teníamos antes aunque con el uso de la mascarilla, la distancia social y la
higiene persistente de las manos como
costumbres cotidianas.
Porque
la vida continúa, a pesar del daño ocasionado por la pandemia el retorno a los
puestos de trabajo requiere un cambio en el modelo laboral, métodos eficaces en
la lucha contra el contagio del virus, aunque iremos aprendiendo con el paso de
las semanas y añadiendo fórmulas alternativas, el regreso al trabajo conllevará
un ligero aumento de recursos en cientos de miles de familias vulnerables a las
que no podemos dejar atrás. Protegiendo a la ciudadanía no nos hará generadores
de recursos económicos y, por el contrario, hará que los índices de pobreza,
exclusión social o vulnerabilidad colectiva a la infección degenere en progresivos
rebrotes ante la escasez de medios de estos hogares para acceder a las medidas
suficientes que necesitan para salvaguardar su salud y la de su entorno.
De
lo que estamos seguros es de que nada avanzaremos sin una intervención de los
integrantes de la UE, la conexión entre estos es esencial para lograr minimizar
las graves consecuencias de la recesión económica a la que nos ha relegado la
pandemia. La duda es generalizada, tenemos que aprender a luchar contra el
virus hasta que la ciencia consiga un remedio antiviral o una vacuna con la que
protegernos de su letalidad, de la mejor manera posible pero no dejando atrás
el mercado laboral ante el cese de la actividad empresarial e industrial porque
si el virus no acaba con nosotros, es evidente que lo hará el hambre en España,
sí he dicho el hambre porque ya aparece en demasiados umbrales la pobreza, las penurias de los hogares sin
acceso a recursos básicos y la angustia, es esta última la que ya comienza a
mostrar signos evidentes de calar en la ciudadanía, la infoxicación con la que
los medios nos tienen atemorizados no es el mejor sistema para encauzar el
dinamismo con el que afrontar la situación y engendra un miedo atroz a volver a
los puestos de trabajo. Entre la espada y la pared estamos, hay que elegir si
seguimos pegados a la cal o preferimos arriesgarnos y pincharnos al futuro con
la punta de los dedos bajo el guante, la mascarilla siempre puesta y los geles
hidroalcohólicos en el bolsillo.
Evolucionaremos,
como siempre ha hecho el ser humano desde que tenemos conciencia de ello; no
nos costará barato el hacerlo, ya llevamos pagada nuestra ignorancia y falta de
previsión por la escasa inversión en ciencia e investigación con miles de víctimas
en nuestro país; pero seguiremos pagando con creces la laxitud del mercado nacional a remolque de sus socios europeos con
menos gasto público, más impuestos y una deuda de por vida con sus
instituciones. Aunque todo esto último será puro materialismo porque el
capitalismo volverá por sus fueros in crescendo para volver a poner a cada
clase en su lugar, tal y como llevan demostrándonos hace siglos.
Y
porque todo pasará, seguiremos añadiendo frases que al menos nos parezcan
oníricamente coherentes como el hecho de que “la historia se
escribe con la tinta de la vida en las hojas del destino”.
Jasc
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