lunes, 18 de mayo de 2020

Más dudas que test


Es cierto que necesitamos test, test y más test, pero mientras estos llegan, la pandemia sigue golpeando a las clases sociales consideradas más débiles sin descanso. Nuestro país se ha convertido en menos de dos meses de ser una nación que iba progresivamente recuperándose económicamente del mazazo de la crisis de 2008, con unos ajustes y recortes sin parangón, a un país que se aleja del progreso social repuntando seriamente en su pobreza.
Los colegios quieren revertir la situación a pesar de que ya no reabrirá sus libros haciendo un notable esfuerzo para equilibrar las aulas a un porcentaje de alumnado y añadiendo las clases presenciales una mayor notoriedad del estudio telemático. Dudas que generan incertidumbre entre la población más severamente azotada por el desempleo y la conciliación familiar sin muestras de aparecer en programas políticos, más interesados en volcarse a azuzar leña al miedo de la población mediante las críticas al gobierno Central que en ir liderando normas o leyes con fundamento de análisis colectivo en el Parlamento.
Si existen miles de familias sin medios de subsistir alimentariamente, es muy difícil que estas puedan garantizar un medio útil a sus hijos para estudiar con ayuda de herramientas tecnológicas que no pueden pagar. Otra es la desigualdad social en primera fila, de nuevo las penurias de los hogares en exclusión social en riesgo y repitiendo con ello la polémica de intereses poco afables a la hora de soluciones inmediatas.
La formación por otra parte en el manejo de los aparatos de tecnología es otro  añadido a la implicación lectiva del alumnado, no coinciden las circunstancias propicias para abordar un curso mitad en aula y otra mitad en el dormitorio del alumno; además debemos tener en cuenta que no todos los padres o tutores de estos tiene conocimiento suficiente para ayudar con el manejo de las nuevas tecnologías si algún problema aparece durante la clase, un motivo de irritabilidad, desespero y dejadez del alumno que corre un serio peligro de apatía en sus deberes, de nuevo habrá mentes privilegiadas que se quedarán por el camino, como lleva ocurriendo en este país hace ya demasiado tiempo a causa de una desigualdad social recalcitrante.
Es prudente y loable la preocupación del Gobierno en protegernos de la pandemia, como lo es el compromiso social adquirido en el confinamiento, pero, no obstante, no podemos seguir sujetando el virus desde la ventana, es lógico el enfado de los pequeños empresarios y autónomos cuyos negocios llevan con la persiana bajada más de dos meses. Este colectivo que engrana el motor del mercado laboral tiene que verse engrasado con medidas objetivas y pragmáticas, capaces de a la vez que mantienen las normas establecidas por los que lideran las reglas estrictas de la sanidad y la ciencia, acompañar con ayudas al entramado empresarial con atención a las reglas sanitarias más eficaces para que la ciudadanía recupere la normalidad, pero no una nueva sino la que teníamos antes aunque con el uso de la mascarilla, la distancia social y la higiene persistente  de las manos como costumbres cotidianas.
Porque la vida continúa, a pesar del daño ocasionado por la pandemia el retorno a los puestos de trabajo requiere un cambio en el modelo laboral, métodos eficaces en la lucha contra el contagio del virus, aunque iremos aprendiendo con el paso de las semanas y añadiendo fórmulas alternativas, el regreso al trabajo conllevará un ligero aumento de recursos en cientos de miles de familias vulnerables a las que no podemos dejar atrás. Protegiendo a la ciudadanía no nos hará generadores de recursos económicos y, por el contrario, hará que los índices de pobreza, exclusión social o vulnerabilidad colectiva a la infección degenere en progresivos rebrotes ante la escasez de medios de estos hogares para acceder a las medidas suficientes que necesitan para salvaguardar su salud y la de su entorno.
De lo que estamos seguros es de que nada avanzaremos sin una intervención de los integrantes de la UE, la conexión entre estos es esencial para lograr minimizar las graves consecuencias de la recesión económica a la que nos ha relegado la pandemia. La duda es generalizada, tenemos que aprender a luchar contra el virus hasta que la ciencia consiga un remedio antiviral o una vacuna con la que protegernos de su letalidad, de la mejor manera posible pero no dejando atrás el mercado laboral ante el cese de la actividad empresarial e industrial porque si el virus no acaba con nosotros, es evidente que lo hará el hambre en España, sí he dicho el hambre porque ya aparece en demasiados umbrales la   pobreza, las penurias de los hogares sin acceso a recursos básicos y la angustia, es esta última la que ya comienza a mostrar signos evidentes de calar en la ciudadanía, la infoxicación con la que los medios nos tienen atemorizados no es el mejor sistema para encauzar el dinamismo con el que afrontar la situación y engendra un miedo atroz a volver a los puestos de trabajo. Entre la espada y la pared estamos, hay que elegir si seguimos pegados a la cal o preferimos arriesgarnos y pincharnos al futuro con la punta de los dedos bajo el guante, la mascarilla siempre puesta y los geles hidroalcohólicos en el bolsillo.
Evolucionaremos, como siempre ha hecho el ser humano desde que tenemos conciencia de ello; no nos costará barato el hacerlo, ya llevamos pagada nuestra ignorancia y falta de previsión por la escasa inversión en ciencia e investigación con miles de víctimas en nuestro país; pero seguiremos pagando con creces la laxitud del mercado  nacional a remolque de sus socios europeos con menos gasto público, más impuestos y una deuda de por vida con sus instituciones. Aunque todo esto último será puro materialismo porque el capitalismo volverá por sus fueros in crescendo para volver a poner a cada clase en su lugar, tal y como llevan demostrándonos hace siglos.
Y porque todo pasará, seguiremos añadiendo frases que al menos nos parezcan oníricamente coherentes como el hecho de que “la historia se escribe con la tinta de la vida en las hojas del destino”. Jasc

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