Respeto
y derechos de l@s jóvenes
“Quiero que quede
claro: nunca más, repito, nunca más mientras yo sea alcaldesa de Madrid,
cederemos, alquilaremos o consentiremos en ningún edificio propiedad del
Ayuntamiento un evento como el que ha terminado en estos tristes hechos”. Dijo
la Alcaldesa de Madrid Ana Botella en unas recientes declaraciones al tener
conocimiento del suceso acaecido en el Madrid Arena la madrugada del pasado
viernes.
No parece ser la
solución adecuada a un problema de tal calado. Los jóvenes, como colectivo
social, tienen sus obligaciones para con el resto de la sociedad pero
indudablemente, también tienen unos derechos convalidados en la constitución.
No por dejar de permitir la celebración en recintos municipales de fiestas como
la que ocasionado tan triste suceso, se debe privar a los adolescentes, jóvenes
y perdonas de diferentes edades, al placer de la música, la diversión y el disfrute
de pabellones, estadios, locales o infraestructuras municipales que sean
adecuadas a tales eventos.
El negar ese derecho es
coartar las libertades de los individuos que no son culpables de hechos tan
trágicos como los acaecidos el pasado viernes. Buena muestra tuvimos hace veintinueve
años con el incendio de la discoteca Álcala 20 en el que fallecieron 83
personas y de los cuales se expulso a cualquier político que pudiera estar
implicado en el mal ejercicio de sus funciones. Los hechos estuvieron durante
once años en la mente de las familias que perdieron a sus seres queridos, las que
se sintieron abandonadas por los representantes políticos, sin indicios
positivos hasta la celebración de un juicio que exculpó de toda clase de responsabilidad
a parte de quienes se presumía tenían que ver con la mala gestión del
departamento municipal correspondiente en la revisión de la seguridad del
local.
Han tenido que pasar
dieciocho años de supuesta tranquilidad y buena aplicación de las normativas
para volver al candelero de nuestra vida el recuerdo de tan luctuosa tragedia.
De nuevo han tenido que ser los muertos quienes nos alerten de que las normas
no se aplican adecuadamente a las dimensiones de eventos de similares características.;
una ley que debiera estar catalogada como de primer riesgo para la actividad
del ocio de nuestros adolescentes, se ha cobrado la vida de inocentes que
buscaban una noche mágica de diversión con sus compañer@s, tras la semana
académica, sin saber que pasarían a formar parte de una interminable lista de
desatinos.
Como individuos sociales
debemos de proteger a nuestro entorno de la mejor forma posible, dotando a las
administraciones de cuantos recursos sean menester para llevar a cabo su labor
de forma segura y consciente de los hechos que pudieran suceder, en el
transcurso de eventos de tales dimensiones. Pero parece no haber sido
suficiente la muerte de 83 personas para que hayamos aprendido una lección que
hemos vuelto a suspender con la nota más baja; preguntas que se quedarán en el
aire –sea cual sea la sentencia que se dicte- de la más absoluta indignación.
Los padres sufrimos el desenlace sincera y solidariamente, la agonía cada fin
de semana, la angustia de amaneceres eternos hasta oír la puerta de nuestros
hogares y respirar tranquil@s. El peligro está agazapado en cualquier rincón de
la vida, pero si contra él se ponen escudos protectores, será menos probable la
tragedia que han sufrido las familias que han perdido sin consuelo a las
adolescentes fallecidas.
Todo es razonablemente susceptible
de análisis minucioso, pronósticos que adelanten acontecimientos. Las
probabilidades están ahí y por tal motivo, los responsables deben de asumir sus
cometidos con mano firme, sin dudar ante la imposibilidad de celebración de un
evento por falta de las medidas de seguridad convenientes. Esto no ha pasado
amig@s, un permiso sellado y firmado por la concejalía pertinente, ha bastado
para que la mala suerte y la tragedia se cernieran sobre el Madrid Arena la
madrugada del viernes.
Ahora vendrán las
dudas, las recriminaciones entre las partes involucradas, en los promotores, en
las licencias oportunas para la celebración de la fiesta y los pésames a unas
familias que nunca entenderán el destino cruel de sus hijas. Pero ha vuelto a
ocurrir, ha vuelto a pasar de nuevo; por muchos cambios que se realizaron desde
la tragedia de la discoteca Alcalá 20, no parece que hayan surtido el efecto
deseado. Los locales de ocio vuelven a masificarse inseguros ante la desidia de
los representantes municipales encargados de su inspección. Las macrofiestas se
celebran para festejar eventos de diferentes características y no por ello
deben de ser anuladas; lo razonable a veces parece lo más cruel, pero la vida
continua y nuestros jóvenes y adolescentes continuarán divirtiéndose a pesar de
que muchos de los que estuvieron presentes en el Madrid Arena no vuelvan a ser
nunca los mism@s.
Es tiempo de tomar
medidas drásticas, revisar cualquier instalación que desee llevar a cabo la
celebración de un concierto, un evento deportivo o una fiesta para celebrar el
Año Nuevo. Eso se lo debemos a nuestr@s jóvenes, al igual que a las familias de
las adolescentes fallecidas se les debe el respeto y la aceleración de una
inspección de los hechos que saque a la luz las responsabilidades en las que
hubiera podido incurrir cualquiera de las partes relacionadas con el mismo;
sean políticas o públicas. Justicia es la palabra correcta, justicia para la
memoria de unas vidas truncadas por una mala organización en un evento diseñado
para el disfrute y el ocio de nuestr@s jóvenes y no como obituario en la historia
de una sociedad comprometida con el dolor de las familias.
No tiene Ud. razón
alguna Sra. Botella para coartar las libertades por el poder de su posición,
pero sí es responsable de llegar al fondo de está cuestión y sacar las
conclusiones correctas que lleven al diseño de protocolos de seguridad
suficientes –por no decir incluso excesivos- en las autorizaciones municipales
para la celebración de estos actos. Siempre será mejor asegurar la celebración
de los mismos en un recinto perfectamente acondicionado que en las calles de la
capital, en la que no serán los vigilantes de seguridad los responsables de cachear
a los jóvenes, sino las fuerzas antidisturbios quienes acaben con las celebraciones
como solo ellos saben. ¿Se le ha pensado poner a disposición del Pleno su
cargo? ¿O el de su inmediato en la lista? No ¿Verdad? Con cerrar las puertas ya
está todo hecho. Doy gracias al cielo de que no haya sido mi hijo una de las
victimas, como entiendo el dolor de los padres de las chicas fallecidas pero
desde luego, no estoy dispuesto a quedarme con los brazos cruzados hasta no ver
una ley, diseñada única y exclusivamente, para tomar medidas sobre estas
celebraciones, ni dejaré de usar la libertad que me da la democracia para luchar
por la de los adolescentes, frente al cierre de las instalaciones de un
consistorio que también es de ellos. Moderación Dª Ana, mucho tacto y un poco
de sentido común como propaga su Presidente, los efectos de las prohibiciones
deben ser tratados cono mejor proceda a la ciudadanía.
Juan Antonio Sánchez
Campos
DE LA UTOPÍA AL PROGRESO
Nos movemos en tiempos
de cambio, promovidos por una política devastadora que infringe un castigo
desproporcionado a la sociedad para lograr su objetivo –el poder-, sin dudar un
ápice en menguar la economía de los ciudadanos hasta cubrir sus necesidades. Un
sometimiento social que nos hace mirar a un futuro confuso bajo la perspectiva
de los taimados planes urdidos por la clase política a nuestras espaldas.
Hay que empezar a
forjar un nuevo proyecto, sin el rigor y la elocuencia de una ideología
política definida; las necesidades del pueblo son las del Estado y por
consiguiente, este tiene que velar para satisfacerlas de manera equitativa a
sus posibilidades. Desviarlas de disputas políticas que solo ha generado dudas,
compromisos ficticios y engaño continuado; sorprendido a la ciudadanía cuando
menos protegida estaba.
Estas no son formas de
llegar a un crecimiento en el siglo XXI, países modernos e industrializados que
no son capaces de aunar esfuerzos, que hagan salir de está situación de
precariedad abusiva en la que se encuentran los países más débiles de la
eurozona y que consigue con ello reforzar a los poderosos. El ideal que debe
primar en la clase política es el de la solidaridad entre los pueblos; de que
sirve un documento de integración a una unión del continente europeo, si no es
respetado como el momento exige dice mucho de la verdadera razón de la unión.
La clase política debe abandonar su disfraz camaleónico para otros menesteres
que no sean los puramente exigidos por la ciudadanía en su derecho. El color
solo resulta moderadamente aceptado para satisfacer los intereses de la unión
sin dañar al oponente; no para usarlos de cebo en una refriega absurda de
soluciones sin sentido. Los tiempos cambian y nuestros políticos deben subirse
al mismo tren del progreso o dejar la vía libre a nuevas generaciones, más
avanzadas social y económicamente, que puedan hacer valer programas dinámicos,
con nuevos modelos sociales, tecnologías, investigación y desarrollo óptimos
para nivelar la balanza del poder en cualquier país que se precie de aspirar al
crecimiento.
No se puede negar al
progreso su camino, no hacer nada para impedir que el ritmo del desarrollo se
frene por no ayudar al vecino, nos da que pensar en unas discrepancias que van más
allá de las soluciones a tener en cuenta; en estos tiempos que corren el
enfrentamiento no tiene cabida. La sociedad en todo su concepto, marca las
pautas por las que se mide el bienestar de sus integrantes, sin caer en errores
banales y estériles que modifiquen su sentido. Estamos sin percibirlo a las
puertas de un cambio, con el que mantener la dignidad de las personas por
encima de idealismos obsoletos para llegar a un entendimiento conjunto de que
no el más fuerte, es el más inteligente. Conservar los valores intrínsecos de
una sociedad no implica desvirtuar el futuro escondiéndonos del presente; todo
cabe en el gran escenario de una sociedad moderna y solidaria; por su valor de
crecimiento añadido y el carácter de ser potencialmente indispensables cada una
de ellas en un mutuo beneficio.
El oscuro espacio
político actual no puede seguir siendo un parapeto al que el ciudadano no tenga
acceso, ni el autoritarismo agazapado puede prevalecer como idóneo a una
sociedad que requiere nuevos formatos en su desarrollo. La guía sobre la que
debe transcurrir el progreso, la inversión y por ende, el crecimiento de una
sociedad moderna, la impone el legitimo derecho del ciudadano a ser consciente
en todo momento de los proyectos de sus gobernantes, con la lealtad que se les
exige.
Si hemos logrado llegar
hasta aquí, ahora es tiempo de seguir avanzando con métodos políticos
convenientes; abolir maniobras tiranizadas de gobiernos insolidario con
ideologías añejas, buscar el equilibrio económico de los sistemas de gobierno
que se dicen democráticos, empezando por reforzar el nuevo carisma de nuestros
políticos para afianzar el derecho ciudadano y modernizando las instituciones
para adaptarlas a las nuevas demandas de la sociedad.
Sólo de esa forma la
clase política recobrará su sentido y la confianza de los ciudadanos. Tal vez
lleguemos retrasados, pero todavía no es demasiado tarde para empezar a
trabajar todos juntos en construir un nuevo modelo político capaz de
devolvernos la esperanza en el futuro. Las ideologías no deben porque caer en
el olvido, pero si menguar su incapacidad de no ver más allá de lo que su
filosofía dicta; hay raíces políticas que es necesario arrancar de cuajo, pero
las raíces sociales y culturales deben mantener su identidad y permanecer ilesas
al cambio pronosticado; el progreso no está reñido con la excelencia en las
costumbres de los pueblos ¿Qué sería de una sociedad sin origen?
Juan Antonio Sánchez Campos
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