sábado, 27 de octubre de 2012

Respeto y derechos de l@s jóvenes


 “Quiero que quede claro: nunca más, repito, nunca más mientras yo sea alcaldesa de Madrid, cederemos, alquilaremos o consentiremos en ningún edificio propiedad del Ayuntamiento un evento como el que ha terminado en estos tristes hechos”. Dijo la Alcaldesa de Madrid Ana Botella en unas recientes declaraciones al tener conocimiento del suceso acaecido en el Madrid Arena la madrugada del pasado viernes.
No parece ser la solución adecuada a un problema de tal calado. Los jóvenes, como colectivo social, tienen sus obligaciones para con el resto de la sociedad pero indudablemente, también tienen unos derechos convalidados en la constitución. No por dejar de permitir la celebración en recintos municipales de fiestas como la que ocasionado tan triste suceso, se debe privar a los adolescentes, jóvenes y perdonas de diferentes edades, al placer de la música, la diversión y el disfrute de pabellones, estadios, locales o infraestructuras municipales que sean adecuadas a tales eventos.
El negar ese derecho es coartar las libertades de los individuos que no son culpables de hechos tan trágicos como los acaecidos el pasado viernes. Buena muestra tuvimos hace veintinueve años con el incendio de la discoteca Álcala 20 en el que fallecieron 83 personas y de los cuales se expulso a cualquier político que pudiera estar implicado en el mal ejercicio de sus funciones. Los hechos estuvieron durante once años en la mente de las familias que perdieron a sus seres queridos, las que se sintieron abandonadas por los representantes políticos, sin indicios positivos hasta la celebración de un juicio que exculpó de toda clase de responsabilidad a parte de quienes se presumía tenían que ver con la mala gestión del departamento municipal correspondiente en la revisión de la seguridad del local.
Han tenido que pasar dieciocho años de supuesta tranquilidad y buena aplicación de las normativas para volver al candelero de nuestra vida el recuerdo de tan luctuosa tragedia. De nuevo han tenido que ser los muertos quienes nos alerten de que las normas no se aplican adecuadamente a las dimensiones de eventos de similares características.; una ley que debiera estar catalogada como de primer riesgo para la actividad del ocio de nuestros adolescentes, se ha cobrado la vida de inocentes que buscaban una noche mágica de diversión con sus compañer@s, tras la semana académica, sin saber que pasarían a formar parte de una interminable lista de desatinos.
Como individuos sociales debemos de proteger a nuestro entorno de la mejor forma posible, dotando a las administraciones de cuantos recursos sean menester para llevar a cabo su labor de forma segura y consciente de los hechos que pudieran suceder, en el transcurso de eventos de tales dimensiones. Pero parece no haber sido suficiente la muerte de 83 personas para que hayamos aprendido una lección que hemos vuelto a suspender con la nota más baja; preguntas que se quedarán en el aire –sea cual sea la sentencia que se dicte- de la más absoluta indignación. Los padres sufrimos el desenlace sincera y solidariamente, la agonía cada fin de semana, la angustia de amaneceres eternos hasta oír la puerta de nuestros hogares y respirar tranquil@s. El peligro está agazapado en cualquier rincón de la vida, pero si contra él se ponen escudos protectores, será menos probable la tragedia que han sufrido las familias que han perdido sin consuelo a las adolescentes fallecidas.
Todo es razonablemente susceptible de análisis minucioso, pronósticos que adelanten acontecimientos. Las probabilidades están ahí y por tal motivo, los responsables deben de asumir sus cometidos con mano firme, sin dudar ante la imposibilidad de celebración de un evento por falta de las medidas de seguridad convenientes. Esto no ha pasado amig@s, un permiso sellado y firmado por la concejalía pertinente, ha bastado para que la mala suerte y la tragedia se cernieran sobre el Madrid Arena la madrugada del viernes.
Ahora vendrán las dudas, las recriminaciones entre las partes involucradas, en los promotores, en las licencias oportunas para la celebración de la fiesta y los pésames a unas familias que nunca entenderán el destino cruel de sus hijas. Pero ha vuelto a ocurrir, ha vuelto a pasar de nuevo; por muchos cambios que se realizaron desde la tragedia de la discoteca Alcalá 20, no parece que hayan surtido el efecto deseado. Los locales de ocio vuelven a masificarse inseguros ante la desidia de los representantes municipales encargados de su inspección. Las macrofiestas se celebran para festejar eventos de diferentes características y no por ello deben de ser anuladas; lo razonable a veces parece lo más cruel, pero la vida continua y nuestros jóvenes y adolescentes continuarán divirtiéndose a pesar de que muchos de los que estuvieron presentes en el Madrid Arena no vuelvan a ser nunca los mism@s.
Es tiempo de tomar medidas drásticas, revisar cualquier instalación que desee llevar a cabo la celebración de un concierto, un evento deportivo o una fiesta para celebrar el Año Nuevo. Eso se lo debemos a nuestr@s jóvenes, al igual que a las familias de las adolescentes fallecidas se les debe el respeto y la aceleración de una inspección de los hechos que saque a la luz las responsabilidades en las que hubiera podido incurrir cualquiera de las partes relacionadas con el mismo; sean políticas o públicas. Justicia es la palabra correcta, justicia para la memoria de unas vidas truncadas por una mala organización en un evento diseñado para el disfrute y el ocio de nuestr@s jóvenes y no como obituario en la historia de una sociedad comprometida con el dolor de las familias.
No tiene Ud. razón alguna Sra. Botella para coartar las libertades por el poder de su posición, pero sí es responsable de llegar al fondo de está cuestión y sacar las conclusiones correctas que lleven al diseño de protocolos de seguridad suficientes –por no decir incluso excesivos- en las autorizaciones municipales para la celebración de estos actos. Siempre será mejor asegurar la celebración de los mismos en un recinto perfectamente acondicionado que en las calles de la capital, en la que no serán los vigilantes de seguridad los responsables de cachear a los jóvenes, sino las fuerzas antidisturbios quienes acaben con las celebraciones como solo ellos saben. ¿Se le ha pensado poner a disposición del Pleno su cargo? ¿O el de su inmediato en la lista? No ¿Verdad? Con cerrar las puertas ya está todo hecho. Doy gracias al cielo de que no haya sido mi hijo una de las victimas, como entiendo el dolor de los padres de las chicas fallecidas pero desde luego, no estoy dispuesto a quedarme con los brazos cruzados hasta no ver una ley, diseñada única y exclusivamente, para tomar medidas sobre estas celebraciones, ni dejaré de usar la libertad que me da la democracia para luchar por la de los adolescentes, frente al cierre de las instalaciones de un consistorio que también es de ellos. Moderación Dª Ana, mucho tacto y un poco de sentido común como propaga su Presidente, los efectos de las prohibiciones deben ser tratados cono mejor proceda a la ciudadanía.
Juan Antonio Sánchez Campos



DE LA UTOPÍA AL PROGRESO
Nos movemos en tiempos de cambio, promovidos por una política devastadora que infringe un castigo desproporcionado a la sociedad para lograr su objetivo –el poder-, sin dudar un ápice en menguar la economía de los ciudadanos hasta cubrir sus necesidades. Un sometimiento social que nos hace mirar a un futuro confuso bajo la perspectiva de los taimados planes urdidos por la clase política a nuestras espaldas.
Hay que empezar a forjar un nuevo proyecto, sin el rigor y la elocuencia de una ideología política definida; las necesidades del pueblo son las del Estado y por consiguiente, este tiene que velar para satisfacerlas de manera equitativa a sus posibilidades. Desviarlas de disputas políticas que solo ha generado dudas, compromisos ficticios y engaño continuado; sorprendido a la ciudadanía cuando menos protegida estaba.
Estas no son formas de llegar a un crecimiento en el siglo XXI, países modernos e industrializados que no son capaces de aunar esfuerzos, que hagan salir de está situación de precariedad abusiva en la que se encuentran los países más débiles de la eurozona y que consigue con ello reforzar a los poderosos. El ideal que debe primar en la clase política es el de la solidaridad entre los pueblos; de que sirve un documento de integración a una unión del continente europeo, si no es respetado como el momento exige dice mucho de la verdadera razón de la unión. La clase política debe abandonar su disfraz camaleónico para otros menesteres que no sean los puramente exigidos por la ciudadanía en su derecho. El color solo resulta moderadamente aceptado para satisfacer los intereses de la unión sin dañar al oponente; no para usarlos de cebo en una refriega absurda de soluciones sin sentido. Los tiempos cambian y nuestros políticos deben subirse al mismo tren del progreso o dejar la vía libre a nuevas generaciones, más avanzadas social y económicamente, que puedan hacer valer programas dinámicos, con nuevos modelos sociales, tecnologías, investigación y desarrollo óptimos para nivelar la balanza del poder en cualquier país que se precie de aspirar al crecimiento.
No se puede negar al progreso su camino, no hacer nada para impedir que el ritmo del desarrollo se frene por no ayudar al vecino, nos da que pensar en unas discrepancias que van más allá de las soluciones a tener en cuenta; en estos tiempos que corren el enfrentamiento no tiene cabida. La sociedad en todo su concepto, marca las pautas por las que se mide el bienestar de sus integrantes, sin caer en errores banales y estériles que modifiquen su sentido. Estamos sin percibirlo a las puertas de un cambio, con el que mantener la dignidad de las personas por encima de idealismos obsoletos para llegar a un entendimiento conjunto de que no el más fuerte, es el más inteligente. Conservar los valores intrínsecos de una sociedad no implica desvirtuar el futuro escondiéndonos del presente; todo cabe en el gran escenario de una sociedad moderna y solidaria; por su valor de crecimiento añadido y el carácter de ser potencialmente indispensables cada una de ellas en un mutuo beneficio.
El oscuro espacio político actual no puede seguir siendo un parapeto al que el ciudadano no tenga acceso, ni el autoritarismo agazapado puede prevalecer como idóneo a una sociedad que requiere nuevos formatos en su desarrollo. La guía sobre la que debe transcurrir el progreso, la inversión y por ende, el crecimiento de una sociedad moderna, la impone el legitimo derecho del ciudadano a ser consciente en todo momento de los proyectos de sus gobernantes, con la lealtad que se les exige.
Si hemos logrado llegar hasta aquí, ahora es tiempo de seguir avanzando con métodos políticos convenientes; abolir maniobras tiranizadas de gobiernos insolidario con ideologías añejas, buscar el equilibrio económico de los sistemas de gobierno que se dicen democráticos, empezando por reforzar el nuevo carisma de nuestros políticos para afianzar el derecho ciudadano y modernizando las instituciones para adaptarlas a las nuevas demandas de la sociedad.
Sólo de esa forma la clase política recobrará su sentido y la confianza de los ciudadanos. Tal vez lleguemos retrasados, pero todavía no es demasiado tarde para empezar a trabajar todos juntos en construir un nuevo modelo político capaz de devolvernos la esperanza en el futuro. Las ideologías no deben porque caer en el olvido, pero si menguar su incapacidad de no ver más allá de lo que su filosofía dicta; hay raíces políticas que es necesario arrancar de cuajo, pero las raíces sociales y culturales deben mantener su identidad y permanecer ilesas al cambio pronosticado; el progreso no está reñido con la excelencia en las costumbres de los pueblos ¿Qué sería de una sociedad sin origen?
Juan Antonio Sánchez Campos

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