martes, 17 de marzo de 2020

Un abrazo a metro y medio


Todas las cosas importantes que nos suceden en la vida suelen ocurrir sin previo aviso, sin darnos cuenta de estar en un acontecimiento que será recordado históricamente, plasmado en libros, hemerotecas, cuadros, esculturas, en definitiva, a todo lo que resulte creativo, máxime cuando toda esta obra futura vendrá de la contemplación, el retiro a tus propios pensamientos y la inquietud de un aislamiento social que nunca hubieses soñado.
Hemos llegado de forma imprevista a tener que aguantarnos unos a otros dentro de nuestra comunidad familiar sin poder escapar como actuaríamos en caso de discusión o desagrado, dando un portazo sonoro que tras salir siempre te arrepientes, pensando luego como reiniciar la relación familiar o de pareja sin que todo pase de un calentón propio de un momento de irritabilidad venida de la presión laboral o del entorno social.
Nos costará vivir en comunidad durante al menos quince días con sus mañanas, mediodías, tardes, noches y madrugadas. No hay duda de que un bálsamo no va a ser, ni un lugar de paz en el que las aguas nunca se vuelvan bravas; de ser así sería demasiado extraño en proporción a nuestras costumbres, rutinas, ocio y manías. La sociedad no cambia su manera de actuar por muy presionada que se sienta, lo real y verdadero es que puede adaptarse a la imposición más que a lo aconsejable. Nos volvemos obedientes cuando vemos que el vecino de al lado, el de arriba o los de la comunidad de enfrente realizan unos cambios de uso drásticos preguntándonos el porqué de tal cambio.
Es entonces cuando los ritmos varían, cuando sentimos que el peligro nos acecha y que la situación prolongada en el tiempo nos dejará numerosas secuelas, esperando que razonablemente seamos capaces igualmente de volver a nuestra rutina sin más, aprendiendo que a nuestra comunidad le falta o sobra algo, quién es el que nunca hubieses pensado que es el más empático o si todo nos va bien, incluso lograremos que nuestra pareja o entorno familiar más próximo nos revele algún que otro secreto.
La soledad por imperativo legal es algo que nunca hubiésemos sospechado vivir en nuestros días, el bienestar social y la calidad de vida la teníamos ahí, al alcance de la mano; veníamos de una crisis galopante que se llevó por delante numerosas familias, demasiadas para los merecimientos de una sociedad que siempre ha estado a las duras y las maduras y ahora una nueva crisis, peor que la anterior por su proceder incierto ha venido a recodarnos que somos débiles, tremendamente vulnerables a lo imprevisto pero a la vez fuertes en determinación y positivismo.
Es esa positividad a la que debemos encomendarnos en nuestra estancia temporal, conminados al escudo de nuestros hogares y como cuidadoras y cuidadores abnegados de nuestros mayores. De esta saldremos, salimos en 2008 y seguramente el siglo nos traiga, a quienes gocemos del privilegio de la vida, de nuevos factores adversos tanto económicos como sanitarios o qué duda cabe, de un cambio climático que acelere aun más la enfermedad del Planeta.
Solo añadir que las circunstancias por las que estamos atravesando serian distintas sin las nuevas tecnologías; pararos a pensar que hubiese sido de las madres y padres sin una video consola para el primer susto y sin una plataforma on line para proseguir con los diferentes cursos escolares, académicos o universitarios. Y sin esconderme de nada, no sé que hubiese pasado sin un teclado amable que sufriera el golpeo de mis dedos para lanzaros este humilde abrazo a metro y medio ¿eh? Y en mi casa claro.
Juan Antonio Sánchez Campos /Jasc / #JasCapaz


No hay comentarios:

Publicar un comentario