miércoles, 18 de marzo de 2020

El vuelo del junco


Segunderos anónimos II
Entre hora y hora ya se me han ido cinco días creyendo que se me haría eterno. Lo de subirme por las paredes lo he dejado para cuando vaya de nuevo a la sierra y me transforme en cabra, de momento a lo que me subo es al carro de la paciencia y a los pedales de la bicicleta estática que, de pasar a ser un adorno en la habitación durante más de un año, ha sido rescatada del olvido y recogida con moderación para proceder a desentumecer unas articulaciones no acostumbradas a medir pasillos, cocinas y habitaciones; lo de la escalera comunitaria no se me ha ocurrido dado el estrés que supone ir contando peldaños con el lógico temor a que el vecino o vecina salga o entre para hacer la compra permitida por las normas de la conminación.
Me gusta dar rienda suelta a las teclas del pc, es hasta divertido en ocasiones escribir rápido para acabar lento, leer lo que ha quedado plasmado en la pantalla y darnos cuenta de que tenemos más ideas de las que creíamos y las vaciamos en el monitor de manera más acelerada de la que nuestros dedos son capaces de dar a la tecla “entró” o “espaciadora”.
El dinamismo viene disfrazado de numerosos argumentos que parecíamos ignorar ante el acelerado ritmo de nuestras vidas, el no tener nunca tiempo para dedicar a mirar un gesto, a vislumbrar una sonrisa con un significado característico que se nos pasaba inadvertido o una palabra amable a la que antes apenas dábamos consistencia.
Así éramos hace apenas una semana, independientes para las cuestiones que pensábamos banales, acérrimos garantes de la alternancia social y compradores compulsivos de lo que no nos hacia falta y después olvidábamos en la despensa o en un armario del que nunca más hicimos caso o en ocasiones tuvimos la suerte de advertir antes de su fecha de caducidad.
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