Segunderos
anónimos II
Entre
hora y hora ya se me han ido cinco días creyendo que se me haría eterno. Lo de
subirme por las paredes lo he dejado para cuando vaya de nuevo a la sierra y me
transforme en cabra, de momento a lo que me subo es al carro de la paciencia y
a los pedales de la bicicleta estática que, de pasar a ser un adorno en la
habitación durante más de un año, ha sido rescatada del olvido y recogida con
moderación para proceder a desentumecer unas articulaciones no acostumbradas a
medir pasillos, cocinas y habitaciones; lo de la escalera comunitaria no se me
ha ocurrido dado el estrés que supone ir contando peldaños con el lógico temor
a que el vecino o vecina salga o entre para hacer la compra permitida por las
normas de la conminación.
Me
gusta dar rienda suelta a las teclas del pc, es hasta divertido en ocasiones
escribir rápido para acabar lento, leer lo que ha quedado plasmado en la
pantalla y darnos cuenta de que tenemos más ideas de las que creíamos y las
vaciamos en el monitor de manera más acelerada de la que nuestros dedos son
capaces de dar a la tecla “entró” o “espaciadora”.
El
dinamismo viene disfrazado de numerosos argumentos que parecíamos ignorar ante
el acelerado ritmo de nuestras vidas, el no tener nunca tiempo para dedicar a
mirar un gesto, a vislumbrar una sonrisa con un significado característico que
se nos pasaba inadvertido o una palabra amable a la que antes apenas dábamos
consistencia.
Así
éramos hace apenas una semana, independientes para las cuestiones que
pensábamos banales, acérrimos garantes de la alternancia social y compradores
compulsivos de lo que no nos hacia falta y después olvidábamos en la despensa o
en un armario del que nunca más hicimos caso o en ocasiones tuvimos la suerte
de advertir antes de su fecha de caducidad.
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