Cuando las desgracias vienen
a soliviantar nuestro espacio natural parece que nos motiva en algo la ocasión
para volvernos solidarios e incluso empáticos me atrevería a decir. Es triste y
penoso que los cimientos de la solidaridad siempre vengan del lado de un
momento agrio, de muertes sin razón aparente e injusticias del mundo; aunque
vivíamos en un lado del planeta en el que creíamos estar a salvo de las
penurias del continente africano, de las penalidades de la sociedad asiática de
la calle o de países catalogados como sociedad sumisa, sometidas por sus
gobiernos y la clase adinerada que maneja el existir de las mismas, por encima
de todo, pero no es así. El aire que respiran igual que los demás y el riesgo a
contraer enfermedades desconocidas al ser humano está ahí, y el hecho del
porvenir de su subsistencia al del resto de su misma especie.
De golpe el aliento frío que
nos dejan las ventanas y puertas abiertas del desconocimiento nos recuerda que
no somos nada más que nadie, que formamos parte de un ecosistema pasajero, de
un cúmulo orgánico dotado de huesos, carne y sangre, con unas gotitas de agua
que aportan hidratación al cerebro.
Es ese sistema de
inteligencia el que nos permite coordinar ideas o aplicar reflexiones por mucho
que estas últimas parezcan presuntamente intentos de culpabilizar a alguien en
concreto. Estábamos beneficiándonos de un sensible repunte económico tras la
crisis galopante que hundió los recursos de cientos de miles de familias en
todo el mundo. Teníamos la firme intención de regenerar de nuevo la identidad
social y su sostenibilidad, pero todo esto se ha ido al traste con la aparición
en escena de un escurridizo agente nocivo a la salud y con dosis de letalidad
abrumadoras.
Sin ánimo de construir una
“fake new” de esas que tanto gustan a ciertos postulados hambriento de noticias
populistas y sin base creíble, me permito la libertad de transmitir mi
preocupación ante la proporción adquirida con la llegada de lo que coinciden
muchos especialistas, más inteligentes que yo, en llamar gripe a un virus
escalofriantemente progresivo en su esparcimiento por los canales sociales de
los países que van sufriendo poco a poco su llegada.
Que las personas con edad
avanzada o enfermos con otras patologías se sitúan más proclives a verse contagiados
nadie duda de tal conclusión, no es extraño por otra parte que esté hecho es
fundamental para el sistema inmunológico por su debilidad contrastada ante una
persona sana en cualquier tipo de dolencia vírica que sea pero no deja limpia
de sospechas la idea concebida de que la ignorancia suele ser aliada de la
receptibilidad y estas dos aportan susceptibilidad ante hechos de dimensiones
extraordinarias que llegan cuando mejor se orienta un plan de globalización
proporcional a las necesidades de cada país.
Tal vez sea esa ignorancia
manifiesta la que me dirige a pensar en quienes salen mejor parados de toda
esta pandemia y que y en qué sacan ventaja los que salgan mejor posicionados.
Las nuevas tecnologías supervisan nuestros pasos a límites insospechados y
algún día serán estas las que nos indiquen los procederes que dieron con el
núcleo de la destrucción de lo que no interesa a cada momento sin más. jasc
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