miércoles, 11 de marzo de 2020

Escepticismo ocasional


Cuando las desgracias vienen a soliviantar nuestro espacio natural parece que nos motiva en algo la ocasión para volvernos solidarios e incluso empáticos me atrevería a decir. Es triste y penoso que los cimientos de la solidaridad siempre vengan del lado de un momento agrio, de muertes sin razón aparente e injusticias del mundo; aunque vivíamos en un lado del planeta en el que creíamos estar a salvo de las penurias del continente africano, de las penalidades de la sociedad asiática de la calle o de países catalogados como sociedad sumisa, sometidas por sus gobiernos y la clase adinerada que maneja el existir de las mismas, por encima de todo, pero no es así. El aire que respiran igual que los demás y el riesgo a contraer enfermedades desconocidas al ser humano está ahí, y el hecho del porvenir de su subsistencia al del resto de su misma especie.
De golpe el aliento frío que nos dejan las ventanas y puertas abiertas del desconocimiento nos recuerda que no somos nada más que nadie, que formamos parte de un ecosistema pasajero, de un cúmulo orgánico dotado de huesos, carne y sangre, con unas gotitas de agua que aportan hidratación al cerebro.
Es ese sistema de inteligencia el que nos permite coordinar ideas o aplicar reflexiones por mucho que estas últimas parezcan presuntamente intentos de culpabilizar a alguien en concreto. Estábamos beneficiándonos de un sensible repunte económico tras la crisis galopante que hundió los recursos de cientos de miles de familias en todo el mundo. Teníamos la firme intención de regenerar de nuevo la identidad social y su sostenibilidad, pero todo esto se ha ido al traste con la aparición en escena de un escurridizo agente nocivo a la salud y con dosis de letalidad abrumadoras.
Sin ánimo de construir una “fake new” de esas que tanto gustan a ciertos postulados hambriento de noticias populistas y sin base creíble, me permito la libertad de transmitir mi preocupación ante la proporción adquirida con la llegada de lo que coinciden muchos especialistas, más inteligentes que yo, en llamar gripe a un virus escalofriantemente progresivo en su esparcimiento por los canales sociales de los países que van sufriendo poco a poco su llegada.
Que las personas con edad avanzada o enfermos con otras patologías se sitúan más proclives a verse contagiados nadie duda de tal conclusión, no es extraño por otra parte que esté hecho es fundamental para el sistema inmunológico por su debilidad contrastada ante una persona sana en cualquier tipo de dolencia vírica que sea pero no deja limpia de sospechas la idea concebida de que la ignorancia suele ser aliada de la receptibilidad y estas dos aportan susceptibilidad ante hechos de dimensiones extraordinarias que llegan cuando mejor se orienta un plan de globalización proporcional a las necesidades de cada país.
Tal vez sea esa ignorancia manifiesta la que me dirige a pensar en quienes salen mejor parados de toda esta pandemia y que y en qué sacan ventaja los que salgan mejor posicionados. Las nuevas tecnologías supervisan nuestros pasos a límites insospechados y algún día serán estas las que nos indiquen los procederes que dieron con el núcleo de la destrucción de lo que no interesa a cada momento sin más. jasc

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