jueves, 18 de octubre de 2018

Vivir para soñar

Si nos dicen que dentro de apenas veinte años la esperanza de vida en nuestro país va a ser la de más crecimiento a nivel mundial, en lugar de estar dándonos esperanzas, nos hacen reflexionar detenidamente sobre la manera de cómo vamos a afrontar semejante liderazgo. Nos invade la incertidumbre que vivimos ahora y de qué forma podremos abordar la enorme brecha abierta en la sociedad ante la desigualdad de clases, la vulneración de derechos, la falta de vivienda digna, un abrumador desempleo, la progresiva pérdida  de calidad en la sanidad pública y la permisividad de los diferentes colectivos quienes seguramente, se estarán haciendo ahora verdaderas cuentas de qué estudiar más allá de derecho, ciencias políticas o periodismo, las tres profesiones que serán las que irán aumentando según necesidades de la población sin solucionar o en litigio permanente son las que liderarán el mercado profesional. Y es así, nada peor que usar métricas saludables para darnos cuenta de todo lo que nos queda por delante hasta lograr un mínimo éxito futuro; la cuestión es bien sencilla, tan solo con educación y unos recursos económicos para los supervivientes que vengan de las estadísticas de empleo podrán confirmar que entonces sí seremos afortunados y afortunadas por vivir sin tener que sufrir por ello.

Bien podría significar esta esperanza en la vida de los y las españoles un acicate para construir bases de crecimiento, para edificar parámetros de calidad social y un bienestar de la población con el beneplácito de nuestra economía. Si realmente vamos a vivir más, me cuento entre ellos como no podía ser menos, la situación debe cambiar radicalmente, estamos a tiempo de afrontar un futuro con la experiencia de los profesionales del presente, con el acuerdo común de los sindicatos y las formaciones representativas; todo ello con un planteamiento veraz  de los partidos que se crean de una vez por todas que contribuir a la mejora del país no es volverse vulnerables por realizar un esfuerzo común.
Estamos a punto de convertirnos en la mayor población en calidad de vida no solo europea sino mundial, los números cantan; en eso seguramente ha tenido que ver nuestra alimentación, los productos de la tierra, las viandas de la huerta y el rico clima de nuestra geografía. Somos herederos de la agricultura que nos dejaron nuestros abuelos o tatarabuelos, cómplices de las experiencias de los supervivientes, analistas de pro para sacar el provecho a la tierra y técnicos en la materia de acoger los rayos del sol en plantas solares, el arrullo del viento en eólicas y la hidráulica de nuestras aguas en buena armonía con la naturaleza, solapando a las grandes marcas que se llevan en sus peajes, impuestos, arbitrios cenagosos y avaras intenciones; un dinero que si lo invertimos con sentido común, nos hará el servicio que la población merece. ¿Significa todo esto un sueño con la sana intención de que algún día se convierta en realidad o viviremos en un sueño del que la coherencia no nos despertará jamás?
Cuidemos entonces de lo que nos prometen los datos, afrontemos un futuro óptimo y esperanzador con la voluntad de ser generosos con nosotros mismos, sin depender de una política infame que no se preste a consolidar los valores que promueven sus normas, confundiéndose en engañosos entramados o constantes disparates que no llevan a ninguna parte y empobrecen su figura. jasc

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