De la pasión por la escritura a la desazón por los
resultados obtenidos solo hay una línea, un párrafo o un verso mal escrito en
el momento menos idóneo para que su significado refleje la reflexión que
pretendemos inducir en su lectura. A
esta aparente realidad que deja al descubierto la vulnerabilidad de las
hipótesis a las que podríamos llegar cuando tratamos de dar muestras de una opinión
personal, la contribución de las personas mayores suele traer un matiz
relevante capaz de anexionar pensamientos afines. Esa es una de las normas más
significativas que las sociedades modernas deberían tener en cuenta, una
herramienta de utilidad aplicable a los resultados de una sociedad necesitada
de progreso sostenido y condenada sin mediar nadie para solucionarlo, a la
inconstante formula del desatino, conclusiones a la ligera que traerán perdidas
extensibles al conocimiento, aplicables a la investigación, la técnica de la
supervivencia y el desarrollo de la humanidad.
Y es que no es lo mismo utilizar el lenguaje para redactar
el contenido de un sucedido que el de un suceso; el primero no deja de aparecer
como una anécdota momentánea ocurrida en una circunstancia imprevista, el
segundo, menos arbitrario, lo podríamos catalogar como un caso ir resolutivo
producto de la fatalidad. Es así como las circunstancias cambian de raíz, las
palabras utilizadas serán distintas en cada comentario y banalizaremos en la
segunda opción la ironía por la sensatez en su tratamiento.
En más de una ocasión hemos leído conclusiones que
argumentaban que “la cultura política es
el conjunto de orientaciones específicamente políticas de los ciudadanos hacia
el sistema político, hacia sus partes componentes y hacia uno mismo como parte
del sistema”. Partiendo de estas ideas, ¿cómo calificaríamos la cultura
política aplicada al sistema social actual? Una interrogante más para sumar a
la larga lista de asuntos pendientes a los que no parece haber llegado la
cultura política todavía es la progresiva destrucción del conocimiento creado
por nuestros mayores y la desidia en aprovechar un camino que ellos y ellas
abrieron para fomentar el saber.
Hoy 01 octubre se celebra el Día Internacional de las
Personas de Edad y por muy poca sensibilidad y empatía que la sociedad
demuestra con la realidad del presente, la fuerza del pasado y el presumible resplandecer
del futuro, momentos en los cuales observas la apariencia de los años en el
rostro de las personas mayores escatimando el tiempo, debería ser motivo para
un instante de reflexión; un ejercicio constructivo de lo que la existencia nos
deparará si tenemos la suerte de acceder a un futuro próximo. Nutrir con
nuestro compromiso los espacios vacíos de compañía, despejar la soledad con una
sincera sonrisa de complicidad o incluso ¿por qué no?, dejar a su libre
albedrio una lágrima de ternura resbalándose por nuestra mejilla hasta
sumergirse en los labios.
¿En qué piensan nuestros mayores durante los largos
momentos de soledad? ¿Que ocultan tras la mirada y el recuerdo? ¿A que destinan
sus ilusiones, esperanzas y anhelos? Preguntárselo, esa es la mejor forma de
encontrar una respuesta acertada, la manera idónea de hacerles notar que los
que aún nos separa la distancia de los años, estamos plenamente comprometidos
con ellos. Desplazar a nuestros mayores tendrá como consecuencia la pérdida de
la dignidad social de todos y todas las que conformamos el proyecto de un
futuro conveniente, adaptado a las necesidades del sector de población del cual
nuestros mayores son prueba fehaciente.
“Si la sensibilidad de una mente que se mantiene despierta
se desplaza a unas manos curiosas, ávidas por captar lo que en su entorno se
asienta y una alegre mueca aparece en unos labios sinceros, hemos logrado crear
un escenario paralelo en el que la igualdad de opiniones se descubre sin
barreras. Habremos entonces sorteado la línea que separa la sensatez del
desprecio, haciéndonos merecedores de tener la complicidad de nuestros mayores
para sostener los pilares del futuro”.
Olvidar
a nuestros mayores es olvidarnos de nosotros mismos, es caer en el error de que
el futuro está demasiado lejos, sin entender que el acelerado paso del tiempo
mañana nos atrapará en sus redes; será entonces, en ese preciso instante en el
que ya hemos pasado de una edad segmentada por las normas que nos desmarca del
estado laboral al de jubilado, cuando comprendamos lo imbéciles que fuimos,
incomprensiblemente incapaces de no adelantarnos a los acontecimientos sabiendo
de antemano las necesidades que requeriríamos para vivir dignamente.
La
discriminación en la que se ve envuelto el colectivo de personas mayores,
abandonadas en el olvido y acompañada tan solo por las arrugas de sus manos y
la mirada añorante de un recuerdo hasta entonces nunca soñado es injusta. Los
mayores son despojados de su dignidad como una vulgar botella de plástico que
tiramos al cubo del reciclaje, en muchos casos el “contenedor” usado se puede
convertir en residencia geriátrica. Un lugar en el que, por el hecho de estar
acompañados de profesionales, rodeados de personas con sus mismas o parecidas
historias que contar, son por el contrario espacios en el que muchos padecen
serias transformaciones de personalidad y salud, seres humanos a los que se les
ha negado la dignidad de vivir en sus hogares por el “trastorno” que a sus
familias les hacen. Muchos de ellos y ellas encuentran en la pérdida de apetito
una buena excusa para dejarse ir poco a poco, sin apenas dar ruido y contando
con algunas lágrimas que se derrocharan cuando ya no estén. La experiencia, el
conocimiento y la gratitud de todo lo que nos han enseñado, por lo que han
luchado y lo que nos han dejado ya no valdrá nada cuando se confirme el óbito
de la empatía y la defunción del cariño.
Contra
la discriminación y las falsas ideas de que lo viejo es obsoleto u
obsolescencia reiterada carente de utilidad, está la realidad palpable del
valor intrínseco del colectivo de mayores, la gran formación y el cúmulo de
conocimientos adquiridos durante años; circunstancia sumamente importante que derivará, de usarla convenientemente, en grandes dosis de
éxitos futuros. Y es que debemos estar atentos, la composición de la población
mundial, muy a tener en cuenta, refleja una estadística más que estimable por
los fuertes números; tales estudios han
confirmado que de seguir la uniformidad de los datos, a mediados del siglo
veintiuno habrá una población de más de sesenta o más años y esto se estiman en
cerca del veinte por ciento del total, un análisis que nos confirma la valía
del conocimiento del sector de la población al que debemos dirigir nuestros
mejores cuidados. No avanzaremos en paralelo con el aumento notable de la
población mayor si el saber queda apartado en un recóndito lugar de cualquier
rincón, apocado en el sillón de una residencia y con la tristeza de ver con
ojos de escepticismo la grave ignorancia de los que no ven por estar
enfrascados en la opinión de que todo conocimiento proveniente del pasado es
simple y llanamente eso, pasado.
Nos acordaremos más temprano que tarde de la idiotez del ser humano,
capaz de desvalorizarse a sí mismo, despojando de un lugar de suma importancia
para el progreso a quién tuvo en su día la capacidad de crear y ahora, por el
contrario, apenas le dejan un lugar donde recordar momentos de pasada lucidez,
marginado por el mero hecho de envejecer y discriminado su conocimiento. La
deslealtad de la sociedad que perciben las personas mayores es notoria,
devaluadas sus opiniones como integrantes de derecho de la ciudadanía y
luchadores en favor del común de su entorno, se socava la valía de estos a
nivel económico, social e incluso político, referencias todas del equilibrio desfavorable
a un prometedor futuro; esa ineptitud actual de los gobiernos y la formación
inadecuada de los más jóvenes no atraen el aprovechamiento del gran talento de
las personas mayores y su importante contribución para mejorar el acceso al
futuro queda inexorablemente en desdicha.
Coexisten circunstancias
en las que un determinado número de personas, llegada una edad procedente,
entienden para su beneplácito personal que el lugar de origen en el cual
mantienen al cabo de los años una residencia que ha sido reformada según
recursos, permite el disfrute de una nueva vida, alejada de la rutina
cotidiana, incompatible con la normalidad deseada a causa del trabajo y que
ahora puede ser usada de una manera mucho más frecuente e incluso, en
ocasiones, devolverle a la sosegada relación social de un pueblo pequeño.
Personas que mantienen el lazo de unión con sus familias mucho más equilibrado,
sin obligaciones familiares por medio y con un intenso aprovechamiento de
relaciones humanas entre parejas con la madurez como estandarte y el cariño
como sostén en el que apoyar una etapa de felicidad en sus vidas, labrada a lo
largo de los años y de cuyo trabajo, tesón y paciencia ahora recogen el fruto
de su esfuerzo y obligaciones pasadas. Acomodados en un espacio conocido estas
personas mayores que viven un idilio con el paso fulgurante del tiempo, suelen
apilar grandes dosis de supervivencia vital mientras esa relación perdure; en
esta ocasión, es notorio afirmar que las personas mayores acogidas a una manera
de vivir apoyada en su pareja, una vez desaparecida esta, caen en una depresión
de la cual les es muy difícil salir y les lleva a no encontrar nada en lo que
soportar su intenso dolor, llevándolos a una lenta agonía mental y un deseo
inamovible de desear encontrarse con su ser amado allá dónde algo les una,
según las respetables creencias de cada cual.
Esta circunstancia sin
embargo no suele pasar con la asiduidad que nos gustaría, el hecho está
confirmado, la protección de la dignidad de estas personas supera con creces
los limites característicos de una convivencia en pisos tutelados o en
residencias de la tercera edad; la excelencia de vivir en el hogar de tu niñez
o el que has ido construyendo poco a poco nada tiene que ver con la connivencia
en espacios ajenos a los que son recién llegados, como en un viaje a un final
de su existencia programado con una sibilina antelación por las estadísticas y
los análisis sociológicos.
Definir con semejante
acepción el extralimitado uso de los informes basados en la supervivencia vital
de las personas es un hecho que exige profundidad de análisis; por un lado, es
apropiado estar al corriente de los segmentos de edad entre mortandad y
nacimiento, es así como se manejan previsiones de gasto a futuro pero, no deja
de traslucir algo de maldad el hacer de los números conciencia social ante el
aumento de la supervivencia, usándola como excusa en la búsqueda de
simpatizantes políticos de aquellos que prometen proteger los recursos de los
mayores, garantizando las prestaciones sociales por mucho que signifiquen un
esfuerzo de gasto a las arcas de los gobiernos. Aquellos que reciben una
prestación por jubilación o discapacidad son en la gran cantidad merecedores de
esos recursos económicos al haber pagado con creces con sus impuestos al
sostenimiento del gasto público. Algo más a explayarnos en su caso serían las
pensiones por viudedad, un lamentable suceso que lejos de contribuir de alguna
manera al receptor de esa cantidad, supone un serio varapalo en el importe de
la misma con respecto a lo que el fallecido colaboró en su día. A pesar de todo,
son estas personas del sexo femenino las que reciben más cariño por parte de
las familias y se asientan mejor dentro de una unidad familiar que crece con su
aparición en escena; madres que pasan a ser abuelas manteniendo los dos cargos
a la vez dentro del mismo hogar y colaborando notablemente al mantenimiento de
la misma con sus propios recursos dinerarios.
Bien es cierto que la nueva
generación de personas mayores ha venido definiéndose como colectivos
autónomos, poco dados a la confluencia de la vida familiar dentro de la unidad conformada
por sus primogénitos y los descendientes de estos. Sin embargo, sin que la
ligazón se rompa, las personas integrantes de la masa social con jubilación
confirmada que mantienen una vitalidad razonablemente buena, capaces de
disfrutar de una vida merecida, repleta de ocio y con la curiosidad muy
presente brilla por su ausencia. Aunque se mantienen dispuestos a encargarse de
las labores domésticas y los cuidados de sus nietos sin recompensa alguna por
su tarea, ya de por sí demasiado gravosa para su tiempo de ocio y que por el
contrario, abruma en ocasiones cuadrar el tiempo y la oportunidad de
interactuar con miembros del mismo tramo de edad y entorno social ante la
perspectiva de viajes de lucro provenientes de los diferentes organismos ya
sean municipales o autonómicos que les priva su abnegado compromiso con la
época escolar y el trabajo de papá y mamá, amén de que la conciliación familiar
no es un hecho por ahora a tener en cuenta, para desgracia de los mayores y las
parejas con niños o adolescentes en edad escolar.
“El concepto que de uno mismo se tenga es lo que
determinará nuestro periodo existencial, lo que de él quede en un futuro será
la huella de haber pasado por la vida o la certeza de ser definitivamente olvidado”.
jasc
No es contraproducente pensar que,
en unos años, menos de los que imaginamos, la mejor terapia para las personas
mayores consistirá en interactuar con robots programados a su medida, repletos
de datos relativos a la capacidad del interlocutor y, mimetizado a entablar
diálogos afines a sus recuerdos. Una manera insana de tener ocupada la mente no
obstante, a pesar de ciertos puntos de vista que podríamos relacionar como
positivos; algo similar a lo que hacen los padres con sus hijos cuando no tienen
el tiempo necesario para compartir juegos o conversación atractiva sobre las
inquietudes del menor. Es algo increíble, parece que estemos hablando de que
las plataformas digitales, los juegos de ordenador o los videojuegos puedan
estar en un futuro convalidados en edades de las personas mayores que les
sirvan como entretenimiento, basado en un transmisor con una melodiosa voz,
sugerente, pausada y acomodada a las preferencias de cada cual. Un amigo del
futuro para un mayor del presente bien se podía definir la historia, un colega
del menor que mañana será un recuerdo del que en ocasiones, nada se saca y que
en edad avanzada, con un buen tratamiento de las emociones, puede resultar
beneficioso para la supervivencia vital y el pensamiento crítico de nuestros
mayores.
Pero, ¿Qué es el pensamiento crítico
en una fase de la vida a la que hemos accedido por el paso de los años? Según dicen los entendidos de la materia,
entre los cuales figuran sociólogos, filósofos o expertos comunicadores del
sentimiento, el concepto de tal apreciación puede ser algo parecido a la
siguiente: “El pensamiento crítico consiste en analizar y evaluar el carácter del sentido y la consistencia de los razonamientos,
en especial aquellas aseveraciones que la sociedad llega a aceptar como
verdaderas en el amplio contexto de la vida cotidiana.” Una apreciación particular de lo que realmente bien podía
parecerse.
Es en las personas mayores una
tarea rutinaria dedicarse a la observación y vanagloriarse de una experiencia
personal usando razonamientos usuales, diría más, alternar un razonamiento de
su situación actual con la critica a lo nuevo y el inconformismo de la vida tal
y como habían esperado; sea posiblemente la sensación aplicable a un
pensamiento que va más allá de lo
estrictamente crítico y se convierte en un altercado pacifico entre la
incredulidad, el escepticismo y la mentira piadosa, o falacia severa si la
conclusión final les lleva a un razonamiento lógico de la situación por la que
atraviesan. La dedicación y el cariño son bases de una sólida estructura social
que interprete las demandas de los mayores y adecue su sistema de supervivencia
a la dignidad que les promueva un pensamiento más que crítico.
Nuestras
nuevas generaciones de mayores convienen el manifiesto relativo a la
incongruencia y su total inconformismo basado en las falacias de la clase
social que afirma defenderles, estructuralmente mal diseñadas, repletas de
expedientes de dejadez absoluta en el acceso a las herramientas que les aporten
dignidad en su vida y con múltiples carencias organizativas a la hora de
recurrir al talento de las y los integrantes de un colectivo rico en
conocimiento, cada vez más abandonado por la estupidez general.
Pero a pesar de todo, cada vez
confluyen más ideas de vivir de manera autónoma dentro de edificios con pisos
tutelados creados por empresas privadas para adecuar las demandas de la
sociedad a las necesidades tanto de las familias como de un buen número de
personas mayores. Menos éxito revierte en la supervivencia vital de las personas
mayores su ingreso en una residencia, sea pública o privada, en cuyas paredes
parece sumergirse la libertad de mantener su carisma por las normas razonables
del lugar; sin por ello querer hacer mal uso de la intención de la gran
profesionalidad, cuidados e instalaciones de estas, aunque no en todas se goza
de tal privilegio.
La autonomía hace de las personas
mayores un logro, un beneficio saludable que les inyecta esperanza, haciéndoles
partícipes de una sensación gratificante de utilidad social, con sus derechos y
obligaciones como ciudadanos y ciudadanas. Si agregamos a esta circunstancia
próspera de relativa compensación en la calidad de vida de las personas de edad
y el gasto a la sanidad pública, obtendremos, por ende, una gran expectativa de
afianzamiento en la utilización de los conocimientos y valores de cada
individuo, revirtiendo en el común del entramado social esperanzas de progreso
útil y de valor reivindicativo, con el aprovechamiento de recursos más
sostenidos como consecuencia de una mejor atención sistemática de los procesos
de afianzamiento social del colectivo.
Cada vez son más las personas de
cierta edad que conviven en un grupo reducido, contribuyendo al mantenimiento
de un hogar al que no le falta cariño, en el que salen a relucir discusiones
pacíficas y formas de pensar de un amplio contenido y de ideologías distintas.
Lo que podríamos denominar como un hábitat social de gente que ha vivido
situaciones negativas, disfrutado de momentos únicos que caben en el recuerdo y
experiencias a lo largo de los años que bien vale un momento de reflexión
respetuoso con la veracidad de los hechos que confluyen en tan singular espacio
social, llegaremos a la conclusión de que vivir en sociedad, reinvirtiendo en
el bien común cuántos conocimientos puedan, harán de nuestros mayores personas
de una relevante importancia, aminorando como causa de una vida más feliz el
gasto público en sanidad y reinvirtiendo capital en pos del consumo
Tanta es la diversidad de
circunstancias en un colectivo social que abruma no olvidar aspectos relevantes
que nos hagan recompensar de alguna forma a quienes va dedicado. La observancia
del intento por demostrar la máxima educación y tacto posible me hace servidor
del trance de revisar con extrema atención las líneas que mis dedos describen
sobre el teclado voraz que mi mano exprime, notando una extraña y reconfortante
sensación de entusiasmo y premura por acabar su redacción.
Desde
mi humilde posición como ciudadano, hijo y padre, me veo en la necesidad de
redactar este manifiesto evocador que nos haga ver la importancia de
posibilitar y aumentar la contribución de las personas mayores en sus familias,
las sociedades en las que se integren y el entorno en el que habitan, a través
de vías efectivas que garanticen su participación, teniendo en cuenta sus
derechos y necesidades.
La
realidad sin embargo poco tiene que ver con la visión que ofrecen las campañas
de márquetin que alimentan sobremanera la profusión de residencias privadas a
lo largo y ancho de nuestra geografía; un descontrolado aluvión de espacios en
los cuales a menudo se ofertan plazas dentro de unos parámetros establecidos de
antemano con la única intención de ver repercutir en ellos unas ganancias no
demasiado difíciles de obtener e incluso algunas veces, bajo la presunta
revisión de los canales públicos.
La
ética y honradez que antecede mis reflexiones es demasiado exigente en
ocasiones, máxime si marca como objetivo una crítica aparente y un exigente
análisis de las situaciones que afecten
directamente a las clases más débiles de nuestra sociedad En esta ocasión,
tales afirmaciones son presuntamente aplicables a la observancia de las
personas mayores, calificando como
primera solución para alejarse del desaire y la incomprensión del resto de los
colectivos sociales; una recriminación mediante la cual apelo a lo que está
situación exige como merecedores de tal derecho, una comprensión y cariño nada
por otro lado económicamente oneroso a las arcas de una empresa privada que se
jacta de divulgar pretenciosa en dar la imagen más reivindicativa de su éxito
en cuidar de que estas personas mantengan una vida digna y sin vericuetos
legales, en caso de las arcas públicas, para incidir en una calibrada formación
de los trabajadores que pasan horas entre las demandas de quienes en su día,
favorecieron el progreso de nuestro país.
No
sé si existe un controvertido código de conducta o una manera de educar la
verdad que nos ofertan. Para entender las dificultades de algunos centros
residentes de personas mayores no debemos alejarnos demasiado de nuestro
entorno, son muchos los que ya se asientan en las diferentes autonomías, unos
privados con una amplia diversidad de servicios y una oferta condicionada a un
exagerado precio, si este lo tomamos desde la media de la pensión ya que personas
con un alto grado de disponibilidad económica no son asiduos residentes de los
espacios a los que nos referimos, habrá sin duda algún que otro individuo del
amplio colectivo social que a pesar de sus recursos se vea sometido a la
exclusión de su hábitat, dejando el campo de su fortuna libre al servicio de
sus herederos; puedo asegurar que hay gente para eso y muchas más malicias
humanas que afectan directamente a las personas mayores.
Bien
es cierto que no hay un adalid en favor de los derechos, exigencias y
obligaciones demasiado implicado en la labor de investigar con detenimiento la
situación de ciertas residencias de mayores, bien públicas o privadas ninguna
puede ser tratada diferente. Una herramienta que nos despoje de los temores a
los que nos enfrentamos, unos miedos que van más allá de lo puramente viable y
se convierten en pánico; a una soledad atribulada, repleta de incógnitas a las
que no encontramos solución y afectas a una DE SINTONÍA del cariño familiar que
destruye nuestra alegría y nos hace repudiar la vida, desprendernos de las
fuerzas que nos acompañan y dejarlo todo en manos de la más absoluta e
incipiente oscuridad.
Esto
es un canto a los mayores, un humilde panegírico, una loa inspirada en mi
constante búsqueda de la igualdad de derechos enfocada a cualquier ámbito de la
vida, una forma de rendirles homenaje en un día tan señalado que me emociona
terminar de leerlo y caigo en la duda de que se me ha olvidado demasiado por
decir. A más de uno o una seguramente no les convenga parte de lo redactado, a
otros y otras seguramente se verán identificados con las expresiones utilizadas,
así como muchas y muchos pasaran de soslayo por tanto párrafo, pero, con total
seguridad, el que acabe su lectura verá la sugerente transparencia de mi
intención. jasc
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