lunes, 1 de octubre de 2018

Cuidemos de nuestros mayores, mañana seremos nosotros

De la pasión por la escritura a la desazón por los resultados obtenidos solo hay una línea, un párrafo o un verso mal escrito en el momento menos idóneo para que su significado refleje la reflexión que pretendemos inducir en su lectura.  A esta aparente realidad que deja al descubierto la vulnerabilidad de las hipótesis a las que podríamos llegar cuando tratamos de dar muestras de una opinión personal, la contribución de las personas mayores suele traer un matiz relevante capaz de anexionar pensamientos afines. Esa es una de las normas más significativas que las sociedades modernas deberían tener en cuenta, una herramienta de utilidad aplicable a los resultados de una sociedad necesitada de progreso sostenido y condenada sin mediar nadie para solucionarlo, a la inconstante formula del desatino, conclusiones a la ligera que traerán perdidas extensibles al conocimiento, aplicables a la investigación, la técnica de la supervivencia y el desarrollo de la humanidad.
Y es que no es lo mismo utilizar el lenguaje para redactar el contenido de un sucedido que el de un suceso; el primero no deja de aparecer como una anécdota momentánea ocurrida en una circunstancia imprevista, el segundo, menos arbitrario, lo podríamos catalogar como un caso ir resolutivo producto de la fatalidad. Es así como las circunstancias cambian de raíz, las palabras utilizadas serán distintas en cada comentario y banalizaremos en la segunda opción la ironía por la sensatez en su tratamiento.
En más de una ocasión hemos leído conclusiones que argumentaban que “la cultura política es el conjunto de orientaciones específicamente políticas de los ciudadanos hacia el sistema político, hacia sus partes componentes y hacia uno mismo como parte del sistema”. Partiendo de estas ideas, ¿cómo calificaríamos la cultura política aplicada al sistema social actual? Una interrogante más para sumar a la larga lista de asuntos pendientes a los que no parece haber llegado la cultura política todavía es la progresiva destrucción del conocimiento creado por nuestros mayores y la desidia en aprovechar un camino que ellos y ellas abrieron para fomentar el saber.
Hoy 01 octubre se celebra el Día Internacional de las Personas de Edad y por muy poca sensibilidad y empatía que la sociedad demuestra con la realidad del presente, la fuerza del pasado y el presumible resplandecer del futuro, momentos en los cuales observas la apariencia de los años en el rostro de las personas mayores escatimando el tiempo, debería ser motivo para un instante de reflexión; un ejercicio constructivo de lo que la existencia nos deparará si tenemos la suerte de acceder a un futuro próximo. Nutrir con nuestro compromiso los espacios vacíos de compañía, despejar la soledad con una sincera sonrisa de complicidad o incluso ¿por qué no?, dejar a su libre albedrio una lágrima de ternura resbalándose por nuestra mejilla hasta sumergirse en los labios.
¿En qué piensan nuestros mayores durante los largos momentos de soledad? ¿Que ocultan tras la mirada y el recuerdo? ¿A que destinan sus ilusiones, esperanzas y anhelos? Preguntárselo, esa es la mejor forma de encontrar una respuesta acertada, la manera idónea de hacerles notar que los que aún nos separa la distancia de los años, estamos plenamente comprometidos con ellos. Desplazar a nuestros mayores tendrá como consecuencia la pérdida de la dignidad social de todos y todas las que conformamos el proyecto de un futuro conveniente, adaptado a las necesidades del sector de población del cual nuestros mayores son prueba fehaciente.
“Si la sensibilidad de una mente que se mantiene despierta se desplaza a unas manos curiosas, ávidas por captar lo que en su entorno se asienta y una alegre mueca aparece en unos labios sinceros, hemos logrado crear un escenario paralelo en el que la igualdad de opiniones se descubre sin barreras. Habremos entonces sorteado la línea que separa la sensatez del desprecio, haciéndonos merecedores de tener la complicidad de nuestros mayores para sostener los pilares del futuro”.
Olvidar a nuestros mayores es olvidarnos de nosotros mismos, es caer en el error de que el futuro está demasiado lejos, sin entender que el acelerado paso del tiempo mañana nos atrapará en sus redes; será entonces, en ese preciso instante en el que ya hemos pasado de una edad segmentada por las normas que nos desmarca del estado laboral al de jubilado, cuando comprendamos lo imbéciles que fuimos, incomprensiblemente incapaces de no adelantarnos a los acontecimientos sabiendo de antemano las necesidades que requeriríamos para vivir dignamente.
La discriminación en la que se ve envuelto el colectivo de personas mayores, abandonadas en el olvido y acompañada tan solo por las arrugas de sus manos y la mirada añorante de un recuerdo hasta entonces nunca soñado es injusta. Los mayores son despojados de su dignidad como una vulgar botella de plástico que tiramos al cubo del reciclaje, en muchos casos el “contenedor” usado se puede convertir en residencia geriátrica. Un lugar en el que, por el hecho de estar acompañados de profesionales, rodeados de personas con sus mismas o parecidas historias que contar, son por el contrario espacios en el que muchos padecen serias transformaciones de personalidad y salud, seres humanos a los que se les ha negado la dignidad de vivir en sus hogares por el “trastorno” que a sus familias les hacen. Muchos de ellos y ellas encuentran en la pérdida de apetito una buena excusa para dejarse ir poco a poco, sin apenas dar ruido y contando con algunas lágrimas que se derrocharan cuando ya no estén. La experiencia, el conocimiento y la gratitud de todo lo que nos han enseñado, por lo que han luchado y lo que nos han dejado ya no valdrá nada cuando se confirme el óbito de la empatía y la defunción del cariño.
Contra la discriminación y las falsas ideas de que lo viejo es obsoleto u obsolescencia reiterada carente de utilidad, está la realidad palpable del valor intrínseco del colectivo de mayores, la gran formación y el cúmulo de conocimientos adquiridos durante años; circunstancia sumamente importante que derivará, de usarla convenientemente, en grandes dosis de éxitos futuros. Y es que debemos estar atentos, la composición de la población mundial, muy a tener en cuenta, refleja una estadística más que estimable por los fuertes números;  tales estudios han confirmado que de seguir la uniformidad de los datos, a mediados del siglo veintiuno habrá una población de más de sesenta o más años y esto se estiman en cerca del veinte por ciento del total, un análisis que nos confirma la valía del conocimiento del sector de la población al que debemos dirigir nuestros mejores cuidados. No avanzaremos en paralelo con el aumento notable de la población mayor si el saber queda apartado en un recóndito lugar de cualquier rincón, apocado en el sillón de una residencia y con la tristeza de ver con ojos de escepticismo la grave ignorancia de los que no ven por estar enfrascados en la opinión de que todo conocimiento proveniente del pasado es simple y llanamente eso, pasado.
Nos acordaremos más temprano que tarde de la idiotez del ser humano, capaz de desvalorizarse a sí mismo, despojando de un lugar de suma importancia para el progreso a quién tuvo en su día la capacidad de crear y ahora, por el contrario, apenas le dejan un lugar donde recordar momentos de pasada lucidez, marginado por el mero hecho de envejecer y discriminado su conocimiento. La deslealtad de la sociedad que perciben las personas mayores es notoria, devaluadas sus opiniones como integrantes de derecho de la ciudadanía y luchadores en favor del común de su entorno, se socava la valía de estos a nivel económico, social e incluso político, referencias todas del equilibrio desfavorable a un prometedor futuro; esa ineptitud actual de los gobiernos y la formación inadecuada de los más jóvenes no atraen el aprovechamiento del gran talento de las personas mayores y su importante contribución para mejorar el acceso al futuro queda inexorablemente en desdicha.
Coexisten circunstancias en las que un determinado número de personas, llegada una edad procedente, entienden para su beneplácito personal que el lugar de origen en el cual mantienen al cabo de los años una residencia que ha sido reformada según recursos, permite el disfrute de una nueva vida, alejada de la rutina cotidiana, incompatible con la normalidad deseada a causa del trabajo y que ahora puede ser usada de una manera mucho más frecuente e incluso, en ocasiones, devolverle a la sosegada relación social de un pueblo pequeño. Personas que mantienen el lazo de unión con sus familias mucho más equilibrado, sin obligaciones familiares por medio y con un intenso aprovechamiento de relaciones humanas entre parejas con la madurez como estandarte y el cariño como sostén en el que apoyar una etapa de felicidad en sus vidas, labrada a lo largo de los años y de cuyo trabajo, tesón y paciencia ahora recogen el fruto de su esfuerzo y obligaciones pasadas. Acomodados en un espacio conocido estas personas mayores que viven un idilio con el paso fulgurante del tiempo, suelen apilar grandes dosis de supervivencia vital mientras esa relación perdure; en esta ocasión, es notorio afirmar que las personas mayores acogidas a una manera de vivir apoyada en su pareja, una vez desaparecida esta, caen en una depresión de la cual les es muy difícil salir y les lleva a no encontrar nada en lo que soportar su intenso dolor, llevándolos a una lenta agonía mental y un deseo inamovible de desear encontrarse con su ser amado allá dónde algo les una, según las respetables creencias de cada cual.
Esta circunstancia sin embargo no suele pasar con la asiduidad que nos gustaría, el hecho está confirmado, la protección de la dignidad de estas personas supera con creces los limites característicos de una convivencia en pisos tutelados o en residencias de la tercera edad; la excelencia de vivir en el hogar de tu niñez o el que has ido construyendo poco a poco nada tiene que ver con la connivencia en espacios ajenos a los que son recién llegados, como en un viaje a un final de su existencia programado con una sibilina antelación por las estadísticas y los análisis sociológicos.
Definir con semejante acepción el extralimitado uso de los informes basados en la supervivencia vital de las personas es un hecho que exige profundidad de análisis; por un lado, es apropiado estar al corriente de los segmentos de edad entre mortandad y nacimiento, es así como se manejan previsiones de gasto a futuro pero, no deja de traslucir algo de maldad el hacer de los números conciencia social ante el aumento de la supervivencia, usándola como excusa en la búsqueda de simpatizantes políticos de aquellos que prometen proteger los recursos de los mayores, garantizando las prestaciones sociales por mucho que signifiquen un esfuerzo de gasto a las arcas de los gobiernos. Aquellos que reciben una prestación por jubilación o discapacidad son en la gran cantidad merecedores de esos recursos económicos al haber pagado con creces con sus impuestos al sostenimiento del gasto público. Algo más a explayarnos en su caso serían las pensiones por viudedad, un lamentable suceso que lejos de contribuir de alguna manera al receptor de esa cantidad, supone un serio varapalo en el importe de la misma con respecto a lo que el fallecido colaboró en su día. A pesar de todo, son estas personas del sexo femenino las que reciben más cariño por parte de las familias y se asientan mejor dentro de una unidad familiar que crece con su aparición en escena; madres que pasan a ser abuelas manteniendo los dos cargos a la vez dentro del mismo hogar y colaborando notablemente al mantenimiento de la misma con sus propios recursos dinerarios.
Bien es cierto que la nueva generación de personas mayores ha venido definiéndose como colectivos autónomos, poco dados a la confluencia de la vida familiar dentro de la unidad conformada por sus primogénitos y los descendientes de estos. Sin embargo, sin que la ligazón se rompa, las personas integrantes de la masa social con jubilación confirmada que mantienen una vitalidad razonablemente buena, capaces de disfrutar de una vida merecida, repleta de ocio y con la curiosidad muy presente brilla por su ausencia. Aunque se mantienen dispuestos a encargarse de las labores domésticas y los cuidados de sus nietos sin recompensa alguna por su tarea, ya de por sí demasiado gravosa para su tiempo de ocio y que por el contrario, abruma en ocasiones cuadrar el tiempo y la oportunidad de interactuar con miembros del mismo tramo de edad y entorno social ante la perspectiva de viajes de lucro provenientes de los diferentes organismos ya sean municipales o autonómicos que les priva su abnegado compromiso con la época escolar y el trabajo de papá y mamá, amén de que la conciliación familiar no es un hecho por ahora a tener en cuenta, para desgracia de los mayores y las parejas con niños o adolescentes en edad escolar.
 “El concepto que de uno mismo se tenga es lo que determinará nuestro periodo existencial, lo que de él quede en un futuro será la huella de haber pasado por la vida o la certeza de ser definitivamente olvidado”. jasc
No es contraproducente pensar que, en unos años, menos de los que imaginamos, la mejor terapia para las personas mayores consistirá en interactuar con robots programados a su medida, repletos de datos relativos a la capacidad del interlocutor y, mimetizado a entablar diálogos afines a sus recuerdos. Una manera insana de tener ocupada la mente no obstante, a pesar de ciertos puntos de vista que podríamos relacionar como positivos; algo similar a lo que hacen los padres con sus hijos cuando no tienen el tiempo necesario para compartir juegos o conversación atractiva sobre las inquietudes del menor. Es algo increíble, parece que estemos hablando de que las plataformas digitales, los juegos de ordenador o los videojuegos puedan estar en un futuro convalidados en edades de las personas mayores que les sirvan como entretenimiento, basado en un transmisor con una melodiosa voz, sugerente, pausada y acomodada a las preferencias de cada cual. Un amigo del futuro para un mayor del presente bien se podía definir la historia, un colega del menor que mañana será un recuerdo del que en ocasiones, nada se saca y que en edad avanzada, con un buen tratamiento de las emociones, puede resultar beneficioso para la supervivencia vital y el pensamiento crítico de nuestros mayores.
Pero, ¿Qué es el pensamiento crítico en una fase de la vida a la que hemos accedido por el paso de los años?  Según dicen los entendidos de la materia, entre los cuales figuran sociólogos, filósofos o expertos comunicadores del sentimiento, el concepto de tal apreciación puede ser algo parecido a la siguiente:El pensamiento crítico consiste en analizar y evaluar  el carácter del sentido  y la consistencia de los razonamientos, en especial aquellas aseveraciones que la sociedad llega a aceptar como verdaderas en el amplio contexto de la vida cotidiana.” Una apreciación particular de lo que realmente bien podía parecerse.
Es en las personas mayores una tarea rutinaria dedicarse a la observación y vanagloriarse de una experiencia personal usando razonamientos usuales, diría más, alternar un razonamiento de su situación actual con la critica a lo nuevo y el inconformismo de la vida tal y como habían esperado; sea posiblemente la sensación aplicable a un pensamiento que va más allá de lo  estrictamente crítico y se convierte en un altercado pacifico entre la incredulidad, el escepticismo y la mentira piadosa, o falacia severa si la conclusión final les lleva a un razonamiento lógico de la situación por la que atraviesan. La dedicación y el cariño son bases de una sólida estructura social que interprete las demandas de los mayores y adecue su sistema de supervivencia a la dignidad que les promueva un pensamiento más que crítico.
Nuestras nuevas generaciones de mayores convienen el manifiesto relativo a la incongruencia y su total inconformismo basado en las falacias de la clase social que afirma defenderles, estructuralmente mal diseñadas, repletas de expedientes de dejadez absoluta en el acceso a las herramientas que les aporten dignidad en su vida y con múltiples carencias organizativas a la hora de recurrir al talento de las y los integrantes de un colectivo rico en conocimiento, cada vez más abandonado por la estupidez general.
Pero a pesar de todo, cada vez confluyen más ideas de vivir de manera autónoma dentro de edificios con pisos tutelados creados por empresas privadas para adecuar las demandas de la sociedad a las necesidades tanto de las familias como de un buen número de personas mayores. Menos éxito revierte en la supervivencia vital de las personas mayores su ingreso en una residencia, sea pública o privada, en cuyas paredes parece sumergirse la libertad de mantener su carisma por las normas razonables del lugar; sin por ello querer hacer mal uso de la intención de la gran profesionalidad, cuidados e instalaciones de estas, aunque no en todas se goza de tal privilegio.
La autonomía hace de las personas mayores un logro, un beneficio saludable que les inyecta esperanza, haciéndoles partícipes de una sensación gratificante de utilidad social, con sus derechos y obligaciones como ciudadanos y ciudadanas. Si agregamos a esta circunstancia próspera de relativa compensación en la calidad de vida de las personas de edad y el gasto a la sanidad pública, obtendremos, por ende, una gran expectativa de afianzamiento en la utilización de los conocimientos y valores de cada individuo, revirtiendo en el común del entramado social esperanzas de progreso útil y de valor reivindicativo, con el aprovechamiento de recursos más sostenidos como consecuencia de una mejor atención sistemática de los procesos de afianzamiento social del colectivo.
Cada vez son más las personas de cierta edad que conviven en un grupo reducido, contribuyendo al mantenimiento de un hogar al que no le falta cariño, en el que salen a relucir discusiones pacíficas y formas de pensar de un amplio contenido y de ideologías distintas. Lo que podríamos denominar como un hábitat social de gente que ha vivido situaciones negativas, disfrutado de momentos únicos que caben en el recuerdo y experiencias a lo largo de los años que bien vale un momento de reflexión respetuoso con la veracidad de los hechos que confluyen en tan singular espacio social, llegaremos a la conclusión de que vivir en sociedad, reinvirtiendo en el bien común cuántos conocimientos puedan, harán de nuestros mayores personas de una relevante importancia, aminorando como causa de una vida más feliz el gasto público en sanidad y reinvirtiendo capital en pos del consumo
Tanta es la diversidad de circunstancias en un colectivo social que abruma no olvidar aspectos relevantes que nos hagan recompensar de alguna forma a quienes va dedicado. La observancia del intento por demostrar la máxima educación y tacto posible me hace servidor del trance de revisar con extrema atención las líneas que mis dedos describen sobre el teclado voraz que mi mano exprime, notando una extraña y reconfortante sensación de entusiasmo y premura por acabar su redacción.
Desde mi humilde posición como ciudadano, hijo y padre, me veo en la necesidad de redactar este manifiesto evocador que nos haga ver la importancia de posibilitar y aumentar la contribución de las personas mayores en sus familias, las sociedades en las que se integren y el entorno en el que habitan, a través de vías efectivas que garanticen su participación, teniendo en cuenta sus derechos y necesidades.  
La realidad sin embargo poco tiene que ver con la visión que ofrecen las campañas de márquetin que alimentan sobremanera la profusión de residencias privadas a lo largo y ancho de nuestra geografía; un descontrolado aluvión de espacios en los cuales a menudo se ofertan plazas dentro de unos parámetros establecidos de antemano con la única intención de ver repercutir en ellos unas ganancias no demasiado difíciles de obtener e incluso algunas veces, bajo la presunta revisión de los canales públicos.
La ética y honradez que antecede mis reflexiones es demasiado exigente en ocasiones, máxime si marca como objetivo una crítica aparente y un exigente análisis  de las situaciones que afecten directamente a las clases más débiles de nuestra sociedad En esta ocasión, tales afirmaciones son presuntamente aplicables a la observancia de las personas mayores, calificando  como primera solución para alejarse del desaire y la incomprensión del resto de los colectivos sociales; una recriminación mediante la cual apelo a lo que está situación exige como merecedores de tal derecho, una comprensión y cariño nada por otro lado económicamente oneroso a las arcas de una empresa privada que se jacta de divulgar pretenciosa en dar la imagen más reivindicativa de su éxito en cuidar de que estas personas mantengan una vida digna y sin vericuetos legales, en caso de las arcas públicas, para incidir en una calibrada formación de los trabajadores que pasan horas entre las demandas de quienes en su día, favorecieron el progreso de nuestro país.
No sé si existe un controvertido código de conducta o una manera de educar la verdad que nos ofertan. Para entender las dificultades de algunos centros residentes de personas mayores no debemos alejarnos demasiado de nuestro entorno, son muchos los que ya se asientan en las diferentes autonomías, unos privados con una amplia diversidad de servicios y una oferta condicionada a un exagerado precio, si este lo tomamos desde la media de la pensión ya que personas con un alto grado de disponibilidad económica no son asiduos residentes de los espacios a los que nos referimos, habrá sin duda algún que otro individuo del amplio colectivo social que a pesar de sus recursos se vea sometido a la exclusión de su hábitat, dejando el campo de su fortuna libre al servicio de sus herederos; puedo asegurar que hay gente para eso y muchas más malicias humanas que afectan directamente a las personas mayores.
Bien es cierto que no hay un adalid en favor de los derechos, exigencias y obligaciones demasiado implicado en la labor de investigar con detenimiento la situación de ciertas residencias de mayores, bien públicas o privadas ninguna puede ser tratada diferente. Una herramienta que nos despoje de los temores a los que nos enfrentamos, unos miedos que van más allá de lo puramente viable y se convierten en pánico; a una soledad atribulada, repleta de incógnitas a las que no encontramos solución y afectas a una DE SINTONÍA del cariño familiar que destruye nuestra alegría y nos hace repudiar la vida, desprendernos de las fuerzas que nos acompañan y dejarlo todo en manos de la más absoluta e incipiente oscuridad.
Esto es un canto a los mayores, un humilde panegírico, una loa inspirada en mi constante búsqueda de la igualdad de derechos enfocada a cualquier ámbito de la vida, una forma de rendirles homenaje en un día tan señalado que me emociona terminar de leerlo y caigo en la duda de que se me ha olvidado demasiado por decir. A más de uno o una seguramente no les convenga parte de lo redactado, a otros y otras seguramente se verán identificados con las expresiones utilizadas, así como muchas y muchos pasaran de soslayo por tanto párrafo, pero, con total seguridad, el que acabe su lectura verá la sugerente transparencia de mi intención. jasc


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