Parece que pudiera ser que podríamos
volver a las urnas, increíble pero cierta es la vergüenza que nos hacen pasar
esta clase política que se vanagloria de servir a la sociedad que representan ¿verdad?
No deja de resultar irónico el enfrentamiento que llevan a cabo entre la izquierda,
la derecha y los que ni saben a qué ideología pertenecen, entremezclados en un
batiburrillo de definición incierta en el que cabe la anarquía, el anti sistema
o el ansia por apropiarse de un terreno
al que dicen odiar y del que por el contrario, no tienen ni la más mínima
intención de despreciar si se le pone a tiro. Todos con la única y malsana
intención de frenar las expectativas del otro, infringirse mutuamente daños en
el núcleo del campo de maniobras abyecto que mantienen activo sin entender nada
de estas batallas los colectivos ciudadanos que les dieron su confianza,
incapaces de corregir errores y salvaguardar la paz social por encima de sus
taimadas pretensiones.
La
coherencia no es algo que frecuente la conciencia política de nuestro país,
enturbiada visión y un futuro que promete y al que, sin embargo, no se sienten realmente
ganadores de lograr sin antes dejar en la cuneta a todo aquel o aquella que se
interponga en sus objetivos partidistas y personales.
Nos
enfrentan sin parar, nos quieren hipnotizar con unos mítines en los que la
ética no aparece y apoyados en el atril del Parlamento, esa casa en la que se
deberían conseguir beneficios a la ciudadanía, sueltan improperios, añadidos funestos
o simples mentiras con las que aventajar los aplausos de su estirpe. Toda esta
parafernalia política cara a la galería en la que se van quemando sin decoro las
papeletas que se usaron en su día para darles el beneficio de la humildad con
el que servir a la sociedad de la que forman parte, construyendo edificios con
una estructura fuerte en su argumentación ,
llegando a acuerdos ignífugos en el tiempo que medie en la consecución
de pactos acordes con la posición que cada cual obtuvo en las votaciones.
Fuimos
a votar cuando así nos lo indicaron, como sociedad comprometida con su
obligación y derecho, con la sana esperanza de que este fallo fuese el comienzo
de una nueva etapa en nuestras vidas y las papeletas las han ido quemando según
han venido dadas las cartas a favor de unos u otros, sin demasiada consistencia
en sus maniobras y menos aún en un programa que pasa inadvertido cuando debiera
de ser el principal destino de sus discusiones.
Pero
de nada han servido nuestras disposiciones democráticas, nuestras idas y
venidas a los colegios electorales y el gasto que todo este montaje político ha
costado a las arcas de los españoles, españolas
o persona con derecho a voto ansiados de
tanto menosprecio. Se han pasado las decisiones de la sociedad por el forro de
sus tramas, malogrado el factor del porcentaje de electores por la entrepierna
de la falacia y todo esto nos ha llevado a nos saber quién es el que ha ganado
a pesar de los votos conseguidos.
La
Ley Electoral, rancia disposición de nuestra Carta Magna se nos ha quedado en
la más extinga de las normativas, más allá de favorecer el servicio al que fue
destinada nos obstaculiza las decisiones adquiridas y comienza a aparecer en
escena el factor apatía, junto al de incredulidad y desconfianza en lo que ya está
a punto de cambiar en su definición de comicios por eventos electorales sin
final creíble.
Sin
nada mas que aportar en toda esta reflexión de fundamentos tomados del sector
ciudadano, incluido en las conversaciones cotidianas de los que fueron a votar
y no saben para que lo hicieron, queda como muestra la desfachatez de nuestros
políticos en querer que uno haga lo que él no hizo en su día o hacer lo contrario
a lo que ayer entendía era calamitoso. Jasc
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