viernes, 22 de marzo de 2019

Lo que nos queda por vivir


Han pasado ya cerca de dos años y medio desde que Pedro Sánchez, el actual líder del socialismo fue denostado por buena parte de los diputados existentes en el Parlamento; la abstención o la fidelidad al partido fueron la espita que explosionó el hueco por el que desapareció Sánchez de la primera línea donde se le presumía una reconfortante imagen de progreso de una formación política demasiado posicionada a un inmovible voto de la derecha española de entonces. Ahora, por el contrario, el desafío generado por aquella masiva demostración de empatía con la fuerte imposición de la presidenta de Andalucía, ha acabado con el futuro político de muchos y muchas de las que se tomaron como gesto de confianza lo que después terminó con debacle socialista en la región andaluza.
Tarde o temprano a todos nos llega nuestro pasado a influir negativa o beneficiosamente al paso del tiempo; en esta ocasión se confunde los que piensan en la jerarquía incierta de barones en la sombra, capaces de impresionar la paz de los que no interesan haciendo tambalearse la estructura primaria de un partido en fase de rejuvenecimiento de sus cabezas visibles.
Es la derecha un favorito en las opciones por descifrar el jeroglífico de una formación que tan pronto se va a la derecha del todo como se tambalea a una cierta aspiración por demostrar algo de regeneración política entre sus filas. Es el nuevo líder ese capaz de decir lo que le venga en gana con el escudo protector del que sabe difamar sin enrojecerse momentos difíciles de nuestro país en los que la guerra tuvo que ser visitada por nuestras tropas, en los que desde Cataluña se veían con buenos ojos cada vez que el viaje a Madrid trascendía a los fondos de una autonomía que no está sabiendo progresar adecuadamente obstaculizada por demasiados intereses independentistas de los que quieren llenarse los bolsillos a costa de algunos ciudadanos y ciudadanas de la que durante décadas se ha erigido como la provincia más urbanita de España y posiblemente en los primeros lugares de Europa, una Barcelona que se desinfla con los bancos desapareciendo de sus Ramblas, con el dedo de Colón señalando la sombra de un señor que se marchó ligero poco después de dinamitar la paz social entre catalanes y catalanas de la misma clase.
Son líderes novedosos capaces de desvirtuar imágenes pasadas, pero con promesas faltas de confianza en su mensaje, jóvenes que tratan de asaltar la política de nuestro país difamando a quién haga falta, carentes de principios de ciencia política como son el diálogo y los pactos recurrentes cuando así es necesario para el beneficio del conjunto de la masa social. Así, de una manera extraña, con unos fondos extraños y unos personajes más que peligrosos, sale a escena la ultraderecha, esa que va a acabar con la migración, con la libertad de las mujeres, con la ley del aborto, con el derecho a una Ley de Dependencia y unos servicios públicos permanentes; esa que quiere saber sin tener derecho el nombre de los juristas que protegen los derechos personales y hasta prometen poder si así lo estiman oportuno ilegalizar la izquierda de este país por resultarles peligrosamente amenazante.
No quiero manifestar procederes de persona interesada sin argumentos fehacientes, ni quiero tampoco difundir malos pensamientos entre colaboradores acérrimos de personajes ultrajados, ni por asomo intento estar a la altura de un periodista pipiolo en las lides de la escritura; soy un ciudadano de bien, de esos de a pie y transporte público, de los que se miran de arriba a abajo y se visten como quieren.
Tal vez ese sea el poder más grande que tenemos en la actualidad, el decir lo que pensamos sin necesidad de aparentar lo que no somos, en apreciar lo que tenemos protegiéndolo de los que quieren acortar nuestra libertad y hacerse con la democracia para ponerla debajo de sus sobacos, cerca de donde ellos y ellas pretendan para cada momento distinto usar como arma arrojadiza a la cara del contrario.
Miedo me da la derecha, pavor la izquierda exaltada y tristeza un centro desorientado. Si giro mi cabeza a la diestra veo un líder ordinario con voz melodiosa y dulce al que no le duelen prendas llamar traidor a su presidente. Si ladeo un poco a mi izquierda, un leve giro nada más, lo veo todo con un tono anaranjado que comienza oscurecerse al paso del prudencial tiempo en el que se les veía frescos; si me muevo un poquito, ahí me topo con el socialismo actual, el que ha quebrado las alas de la baronesa andaluza y a puesto las cosas donde quería su actual jefe; pero si me muevo a mi izquierda, del todo, como mirándola de frente, me duelen los ojos de abrirlos buscando la coherencia de un partido que se adueñó de unos pocos para confabularse entre ellos y ahora sin embargo, prometen sin entender nada lo que apenas ni se oye más allá de los linderos que les marcan los y las que sobreviven a la estampida masiva de cerebros políticos jóvenes. ¿Habrá hecho bien el que ahora hasta Vox ridiculiza en su oratoria cargada con silabas de cianuro en intentar algo nuevo con la ayuda de uno viejo (sin intentar menospreciar en nada a la SRA. Carmena) por si en Madrid las cosas salen medianamente provechosas a los intereses del intento?
Vayan ustedes a saber lo que saldrá de todo esto, de momento unos días de hartazgo de promesas incumplidas, semanas de disparates, derroche de mal gusto y vergüenza ajena en cada salida De tono producto de una campaña de Elecciones Generales cercana a otra autonómica, cerquita de la municipal y con las europeas en escena; si yo llego a saber todo esto, tal vez lo que mejor me ocurriera sería montar una imprenta a aprecios de competitividad exagerada y hacer en ella las papeletas de producto reciclable. Qué le vamos a hacer, no ha sido de emprender negocio lo mío pero que conste que de haberlo sabido, puede que lo hubiese intentado. jasc

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